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Segundo gobierno

Tras una dictadura en la que prescindió de todos los partidos políticos e impuso un régimen autoritario, Ibáñez probó por todos los medios volver al gobierno, esta vez de manera democrática. En 1938 se presentó apoyado por los nazis y tuvo que partir al exilio tras un fracasado intento de golpe de estado. En 1942 se presentó nuevamente apoyado por la derecha tradicional, y perdió frente al centroizquierdista Juan Antonio Ríos.

En 1952, en un contexto de desprestigio absoluto de los partidos tradicionales, debido a las erráticas alianzas que estableció el presidente radical Gabriel González Videla, se presentó nuevamente a las elecciones con el programa de "barrer" con los políticos. Arrasó en los comicios y produjo un verdadero terremoto político al recibir el apoyo de votantes que tradicionalmente habían apoyado a la derecha. Sin embargo, tras la "limpieza general" que significaron las elecciones de ese año, no hubo ningún proyecto de fondo. Su conducción fue errática, caracterizándose por una elevada inflación, ante la que tuvo que llamar a una comisión de expertos -la llamada misión Klein Sacks- que recomendaron un duro ajuste fiscal. La reducción del gasto público provocó un descontento generalizado, que se expresó en huelgas obreras y protestas estudiantiles, ante las cuales los intentos de recurrir a la represión política fueron inútiles por la negativa del Congreso en secundarlo. Por otro lado, la heterogénea coalición que había apoyado a Ibáñez en 1952, liderada por el novel Partido Agrario Laborista, no tardó en fragmentarse y su base de apoyo parlamentaria se vio mermada. Los últimos meses de su gobierno fueron turbulentos, y ante la expectativa de nuevas elecciones presidenciales, el Congreso, dominado por los partidos de centro en alianza con la izquierda, aprobó dos importantes leyes electorales: una que ampliaba el universo electoral y otra que imponía la Cédula Única, lo que significaba erradicar la posibilidad de fraude electoral y daba un duro golpe al clientelismo político. A la postre, ello significó que buena parte de la población rural quedó libre de votar por los partidos de izquierda, lo que efectivamente harían en las décadas siguientes.