Subir

Grafitis

Los grafitis, como producto cultural, nacen en Estados Unidos, específicamente en el barrio de Bronx en Nueva York, donde a finales de los años sesenta encontraron sus superficies de inscripción más reconocibles. Ese lugar era poblado principalmente por inmigrantes afroamericanos y latinos, que convivían bajo la marginalidad de la pobreza y la violencia de las pandillas en la ciudad. A partir del malestar y la rebeldía, los jóvenes de esa época comenzaron a desarrollar una serie de expresiones culturales en torno a la crítica social y la vida en las calles, denominada cultura hip hop, que reúne hasta el día de hoy un estilo de vestimenta, música, baile (break dance) y un despliegue gráfico en muros, vehículos e inmobiliario público.

Los grafitis son, en términos generales, escritos deformados y estetizados que dejan registro del nombre de su autor, también denominado tag. Se realizan principalmente con pintura en aerosol, haciendo en algunos casos variaciones con látex, esmaltes e incluso plumones.

La cultura del grafiti llega a Chile a mediados de los años ochenta, debido a la expansión de la cultura estadounidense a través del cine, las revistas y la televisión abierta. De ahí en adelante, los grupos de grafiteros o crews chilenos se fueron popularizando, llenando las calles no solo de tags y escritos, sino también de representaciones de personas, lugares y animales, rememorando en cierta medida las prácticas de las brigadas muralistas en Chile.

En el contexto nacional, los grafitis y murales surgen como manifestaciones de apropiación de la ciudad. Esta acción intrínsecamente política reviste una actitud de rebeldía en la que las intervenciones se abren su propio espacio, demarcando un territorio físico y simbólico. La necesidad de establecer este vínculo con la ciudad se entiende como una manera de expropiar las superficies comunes para superponer una huella, que adquiere sentido fundamentalmente a partir de esa voluntad original de apropiación. De esta manera, el gesto del grafiti trasciende la autoría personal o grupal, cambiando el aspecto de la ciudad a una estética popular, en la que la manifestación transgresora -contra la pulcritud, embellecimiento y orden de la ciudad- asienta las bases simbólicas para leer e interpretar estas "intromisiones" en el espacio.