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La sombra del humo en el espejo

"El secreto -dice D'Halmar en La sombra del humo en el espejo- es darse entero, como yo me entrego, porque a través de mi alma ha pasado el alma de las cosas". Y da inicio así a la entrega continua que es este libro. Algún híbrido, hasta el momento de su publicación no explorado, entre "un cuaderno de viajes con una línea argumental" y una "narración, diario de viajes con elementos de novela".

Escrito en 1918 en París, y publicado por primera vez, en 1924 en Madrid, se caracteriza por la prosa elegante, dice Raúl Silva Castro "fluida, armoniosa, que suele ondular como una voluta de humo -y acaso de allí provenga su nombre sugerente-".

Figuras exóticas, descripciones de sitios entrevistos y soñados, significativas imágenes de lugares históricos y reveladores indicios que insinuan la filosofía de vida de su autor, se mezclan con descripciones que si bien, en ocasiones, no se caracterizan ni por la precisión ni por el detalle, si lo hacen por la identificación del estado de ánimo frente a los sitios que visita o recuerda y que sirve para reconstruir la visión general de cada uno de los cuadros.

Como señala Silva Castro: "Es común que en los libros de viajes se intercale tal o cual intriga amorosa o se cuenten episodios históricos, para aliviar la lectura. La sombra del humo en el espejo sigue esta regla" y así introduce un tema poco tratado hasta ese momento, el de la homosexualidad. De un modo bastante discreto, narrará D'Halmar el romance surgido entre el narrador y Zahir, un joven egipcio: "De mi enfermero, que lo era todo para mí, puesto que lavaba mis ojos, que me daba alimentos, velaba mis desvaríos o entretenía mis desvelos. Sus recursos eran de una actividad prodigiosa, y yo creo que si la enfermedad, como única compensación, me había librado a mí de la obsesión del calor, a él lo había hecho también insensible a cuanto no fuesen mis propios sufrimientos. Baste decir que yo no echaba de menos la presencia de una madre, de una hermana, ni de ninguna mujer: tanto sus discretos cuidados eran llenos a la vez de adivinación femenina y de una viril energía que se me comunicaba".

Cabe destacar que el personaje de Zahir, suerte de idealización humanizada que agrega un toque de oscuridad sobre la claridad del relato, encierra un enigma irresuelto. Ya que, consta que el pintor Rafel Valdés acompañó a D'Halmar en su viaje a la India y lo cuidó cuando en Calcuta contrajo fiebre palúdica y septicemia. De ahí que el carácter real o mítico de Zahir, haya sido cuestionado. O bien se trata de una contraparte novelesca de Valdés -como propone Louis C. Bourgeois en "Augusto D'Halmar, el Loti hispanoamericano"- o una simple invención debido a las influencias de Loti en Aziyadé o André Gide en L'immoraliste. Cualquiera sea el caso, se trata de una profunda reflexión "sobre la tristeza de los días que pasaron" mientras "las torcidas espirales del humo del recuerdo van, lentamente, borrándose de la desgastada luna del espejo...".