Hasta mediados del siglo XX, los proyectos educativos consagrados a la promoción de diseñadores profesionales delinearon su malla curricular entre dos polos de enseñanza: la formación artística de matriz decorativa y la de orientación productivista-industrial, que continuaba la tradición de las denominadas artes aplicadas.

Mientras en el mundo anglosajón el segundo enfoque fue por mucho tiempo el que prevaleció, en Sudamérica, debido en parte a las dificultades en el acceso a tecnologías de punta y la dotación de infraestructura fabril, las preferencias se encaminaron hacia la práctica del diseño gráfico y el textil.

En Chile, entre 1965 y 1967, período de fuertes cambios sociales y de agitación estudiantil, algunas facultades de arte iniciaron reestructuraciones internas que trajeron consigo la puesta en marcha de nuevos programas formativos que derivaron en la creación de las carreras de Diseño Industrial y Diseño Paisajista en la Universidad de Chile (Álvarez, Pedro. HDGCH. Historia del diseño gráfico en Chile. Santiago: Pontificia Universidad Católica de Chile, 2004, p. 132).

En 1967, en el contexto de la propuesta denominada "Nueva Universidad" que impulsó la Pontificia Universidad Católica de Chile, surgieron un conjunto de talleres integrados. Entre ellos, se organizó un Taller de Diseño "que contempló un ramo dedicado al diseño gráfico y otro al área textil". A raíz de esta experiencia, "dicho taller se incorporó a la Facultad de Arquitectura" y, en el año 1976, dio forma a la que "en definitiva sería la Escuela de Diseño" (p. 132).

En los programas desarrollados por estas instituciones, además de las tradicionales preocupaciones relacionadas con la forma y la estética de los productos y servicios, se anticiparon algunos aspectos fundamentales para la práctica contemporánea del diseño: la prospectiva interdisciplinar, el interés por el ser humano y su ambiente, y la necesidad de disponer de información de orden cualitativo y cuantitativo para el desarrollo de proyectos profesionales.