Subir

La vacuna animal

La vacuna animal se produjo al extraer el virus de vacunos infectados con viruela, para luego ser inoculado en seres humanos y así inmunizarlos de esta enfermedad. Esto da origen al nombre "vacuna". Como señala la historiadora Josefina Cabrera, "el fluido se conservaba en glicerina para evitar el contagio con otras enfermedades. Posteriormente, se guardaba en placas de vidrio, y se ensayaba su virulencia" ("¿Obligarse a vivir o resignarse a vivir? Viruela y vacuna: el debate sobre una enfermedad y su prevención a comienzos del siglo XX en Chile", p. 47).

José García Quintana se adjudicó la responsabilidad de introducir la vacuna animal en Chile (Cf. Fragmentos de historia y comentarios sobre el advenimiento en Chile de la vacuna animal: de su persecución y de sus triunfos). Cursó estudios de medicina en Bélgica, donde se formó en higiene pública y vacuna animal. Al regresar a Chile se propuso fundar el Instituto de Vacuna Animal. Esta institución fue creada en 1887 y se ubicó en la Quinta Normal de Agricultura. Su objetivo fue ampliar las vacunaciones que se hacían en Chile y prevenir el riesgo de transmitir otras enfermedades. Para ello contó con animales y personal médico que se encargó de cultivar y garantizar la calidad del fluido. Según médicos como Adolfo Murillo, la vacuna animal era la que contaba con mayores garantías.

De acuerdo a García Quintana, los miembros de la Junta Central de la Vacuna, en un comienzo, desacreditaron este tipo de vacuna en relación a la humanizada (que tenían a su cargo) (Cf. Fragmentos de historia y comentarios sobre el advenimiento en Chile de la vacuna animal: de su persecución y de sus triunfos, pp. 20-21). Sin embargo, las memorias de la Junta muestran que, desde fines del siglo XIX, la vacuna animal tomó cada vez más protagonismo en Chile como método para prevenir la viruela en relación a su alternativa: la vacuna de brazo en brazo o humanizada. Esta última se producía mediante la extracción del fluido de las pústulas de una persona inoculada.

La vacuna animal facilitó la conservación del virus, evitó el contagio de enfermedades y fue de fácil transporte, lo que ayudó al trabajo de los vacunadores que debían recorrer grandes distancias a lo largo del territorio nacional. Con el tiempo, el fluido animal cultivado en Chile ganó la confianza de la población y se hizo de buena fama, llegando incluso a ser solicitada por otros países, tales como Ecuador y Argentina (Cf. Memoria de la Junta Central de Vacuna correspondiente a 1892).

El fluido requería de un cuidado especial para mantener sus propiedades, el que estaba a cargo del vacunador. La efectividad del virus podía disminuir o verse alterada por alguna mala práctica o luego de ser traspasado a varios individuos, por lo que el circulante se debía renovar periódicamente. En aquellos casos en que el virus no era conservado adecuadamente o que los animales dieran una vacuna débil, se producía la falsa vacuna. Cuando las personas recibían una falsa vacuna, no se inmunizaban contra la viruela y quedaban expuestos al contagio.

De acuerdo a la historiadora Paula Caffarena, "el temor a la falsa vacuna desacreditó la práctica de vacunar" ("Salud pública, vacuna y prevención. La difusión de la vacuna antivariólica en Chile, 1805-1830". Historia II (49), pp. 354-355). Como respuesta a ello, Manuel Grajales publicó, en 1822, un texto titulado la Descripción de la verdadera y falsa vacuna, donde explicó detalladamente un método para distinguir la verdadera vacuna de aquella que no era efectiva. Bernardo O'higgins ordenó imprimir 500 ejemplares de este documento y encargó a las municipalidades adoptar el método y difundirlo a la población.