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La experiencia del cinematógrafo

Hacia fines del siglo XIX, se le atribuía al cinematógrafo la capacidad de captar la realidad en movimiento, duplicar lo real e, incluso, "trascender la muerte". Esta novedad tecnológica, que supuso para sus espectadores una experiencia estética de asombro (Villarroel Márquez, Mónica. "El mapa del cine temprano en Chile: hacia una configuración del asombro en el contexto latinoamericano". Aisthesis. Número 52, p. 27-28), fue capitalizada por diversos empresarios del entretenimiento, quienes utilizaron los espacios de los teatros para realizar proyecciones de filmes y -con la consolidación de un hábito espectador- construyeron salas especialmente acondicionadas.

Hacia 1908, estas primeras salas de cine ofrecían una cartelera de películas que se renovaba de manera diaria. Esta diversidad de oferta tuvo como consecuencia el nacimiento de un público comprometido que -según Jorge Iturriaga- asistía "5 o 7 días a la semana", "prueba de ello son los abonos (…) que un espectador pagaba anticipadamente por 20 o 30 entradas válidas para dentro de un mes" (Iturriaga, Jorge. "El 'flagelo' cinematográfico, 1907-1914". La masificación del cine en Chile, 1907-1932: la conflictiva construcción de una cultura plebeya. Santiago: LOM ediciones, 2015, p. 39-40).

Considerando esta cercanía entre el público y el cinematógrafo, que en la década de 1920 había convertido al cine en el principal espectáculo de masas en Santiago, La semana cinematográfica publicó artículos sobre la alta asistencia del público a las salas de cine, las conductas de los espectadores, la experiencia del cinematógrafo y la consecuente necesidad de que las salas de cine se adaptaran a las nuevas exigencias de estos espectadores.

En el artículo "Conversaciones en los biógrafos", con tono paródico, pero fin pedagógico, el personaje de "Catón el Censor" criticó las intervenciones del público durante las proyecciones, pues estas acciones eran negativas para la experiencia del resto de los espectadores: "¡Válganos el cielo! ¿Cuándo comprenderán todas estas personas que no solo no es discreto sino que es una falta grave el molestar a los demás en una sala de espectáculos?" (Catón el Censor. "Conversaciones en los biógrafos". La semana cinematográfica. Año 1, número 11, 18 de julio de 1918, p. 1).

En el plano del acondicionamiento de las salas, en La semana cinematográfica se sugirió a los cinematografistas cuestiones tan específicas como la regulación en el cambio de luz al finalizar la función de cine, debido a los diferentes problemas de salud que se podrían derivar del contacto abrupto con la luz ("La luz en los cines. Medidas que se imponen". La semana cinematográfica. Año 1, número 4, 30 de mayo de 1918, p.1).

En una época en que las películas eran silentes y utilizaban intertítulos para indicar aspectos de la trama o diálogos de los personajes, Lucila Azagra, directora de la revista, sostuvo que la proyección cinematográfica debía tener acompañamiento musical, pues la música "posee un poder emocional y sugestivo superior a la palabra misma, de manera que si una música apropiada acompaña el desarrollo de una cinta, la palabra resulta absolutamente innecesaria" (Azagra, Lucila. "La música en el biógrafo". La semana cinematográfica. Año 1, número 13, 1 de agosto de 1918, p.1).