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Enfoques sobre el naturalismo

Durante la década de 1880, se desarrolló en Chile un debate en torno a la estética del naturalismo, a partir de la recepción de un conjunto de novelas europeas, especialmente de las obras de Émile Zola. Las principales críticas calificaron estas obras como "inmorales" y se señaló que descuidaban la presentación de "lo bello".

El término "naturalismo" surgió a partir de un comentario del crítico francés Hippolyte Taine (1828-1923) al proyecto literario la Comedia humana del escritor Honoré de Balzac (1799-1850) en 1858. Taine señaló que en este proyecto se habían manifestado "los gustos y las facultades del naturalista", en alusión a la persona que se dedica al estudio de las ciencias naturales. A partir de esta calificación, "el marbete de naturalismo, que se forjó en seguida y alcanzó amplio curso en una parte de la historia de las letras francesas, fue acuñado de consiguiente al sustantivo naturalista, lo que ayuda no poco a entender la filiación de la escuela y de sus epígonos" (Silva Castro, Raúl. "Prólogo". En Urbistondo, Vicente. El naturalismo en la novela chilena. Santiago: Andrés Bello, 1966, p. 11).

En 1868, el escritor francés Émile Zola recuperó el término en el prólogo de su libro Thérèse Raquin y en 1872 desarrolló "los ingredientes esenciales de esta sensibilidad literaria" en su libro El naturalismo (Ordiz, Javier. "Dos ejemplos de naturalismo chileno: Juana Lucero de Augusto d'Halmar y los relatos de Baldomero Lillo". Arrabal. Número 4, 2002, p. 169). Estas ideas también se desarrollaron a partir de las discusiones que Zola y otros escritores, -entre ellos, Gustave Flaubert (1821-1880) y Alphonse Daudet (1840-1897)- compartieron en las tertulias conocidas como "veladas de Médan", en alusión al territorio en el que se reunían (Silva Castro, p. 12).

Javier Ordiz planteó que los escritores de la "Escuela de Médan" intentaron "analizar las relaciones, casi siempre conflictivas, del ser humano con la sociedad o el medio en que vive, y en la inquietante tesis de fondo de gran parte de sus obras, donde se pone en entredicho la libertad del individuo para elegir libremente su destino". Además, estos intelectuales buscaron en sus textos "profundizar en los resortes ocultos del comportamiento humano, y el contraste que ofrece entre la imagen exterior y la realidad interior del hombre y la sociedad". Los tópicos que habitualmente aparecieron en sus novelas fueron "el determinismo, los bajos ambientes, los personajes marginales de la sociedad, el feísmo como técnica, o el poder del alcohol, o de los instintos sexuales en el comportamiento humano" (p. 169-170).

Respecto a la recepción en Chile de las novelas de sensibilidad naturalista, en 1882, Domingo Amunátegui Solar (1860-1946) expresó que estas obras habían recibido "el cargo de inmoralidad" pues en su representación no se limitaron a "estudiar exclusivamente las virtudes de los individuos que encontraban a su paso", sino que estas narraciones mostraron otras facetas del ser humano que se alejaban del ideal moral que se esperaba de este tipo de obras (Amunátegui Solar, Domingo en Muñoz, Luis y Oelker, Dieter. "El realismo en Chile". Diccionario de movimientos y grupos literarios chilenos. Concepción: Universidad de Concepción, 1993, p. 54).

En línea con esta visión, José Victorino Lastarria (1817-1888) indicó en 1887 que estas obras "pintaban" la naturaleza "copiándola crudamente sin cuidarse de lo bello, ni de lo filosófico, ni de lo moral" (p. 85). Para el intelectual "el mal gusto que hace consistir lo bello en lo nuevo, como el que lo cifra en la copia de la realidad, sin embellecerla, sacrificando a tales fines el ideal estético y cayendo fácilmente en lo extravagante, son tan contrarios al arte como el que lo hace consistir en un bien relativo a ciertas convicciones sectarias" ("Algo de arte política, literaria y plástica". Revista de artes y letras. Tomo XI, p. 84).

En 1889, Pedro Nolasco Cruz (1857-1939) se sumó al debate, desde una posición más severa a partir de la lectura de la novela L'Œuvre de Zola, en el artículo homónimo que apareció en su libro Pláticas literarias. En este texto, Cruz planteó que el autor francés tanto en esta como en otras de sus novelas "presenta a sus personajes completamente influidos ya por la atmósfera social, no habla ni por pienso de las luchas morales, y los vemos vagando a merced de las circunstancias, inclinándose a un lado u otro como los árboles al silbido del viento" (Pláticas literarias. Santiago de Chile: Imprenta. Cervantes, 1889, p. 17). También criticó el estilo del autor por el uso excesivo de descripciones: "Tanta minuciosidad ofusca, confunde y, al fin, el lector no sabe dónde está, no sabe si la descripción que acaba de leer está bien o mal hecha, ni si se trata de la vasta naturaleza eternamente creadora, etc. El último capítulo de L'Œuvre es una de las descripciones más largas y ociosas que pueda darse. Si en cada volumen se suprimiera unas cien páginas de estas, se daría con eso una agradable sorpresa al que los volviera a leer" (p. 27).

En respuesta a este artículo, Luis Orrego Luco (1866-1948) concordó con algunas de las ideas planteadas por Cruz, como, por ejemplo, la perspectiva de que la verdad en la novela "no puede coexistir únicamente en la vida externa y fisiológica de Zola; necesita el estudio moral. En una y en otra esfera debe seguir siempre las grandes líneas, los caracteres y rasgos que señalan una situación y un estado de ánimo, desdeñando las minuciosidades del detalle en que tanto se complacen los naturalistas". A pesar de esto, Orrego Luco señaló aportes del naturalismo a la novela: "Ha dado algunas páginas hermosas a la novela contemporánea; ha referido muchos de los sentimientos ocultos del pueblo, ha proyectado luz sobre ciertas miserias que debe conocer el moralista y el hombre de estado. Ha traído nuevamente a la novela francesa las tradiciones de observación, de que se había desviado en el último tiempo" (Orrego Luco, Luis. "A propósito de las Pláticas literarias de don Pedro N. Cruz, el naturalismo y la novela contemporánea". Revista de Bellas Letras. Número 2, p. 39).