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Inés Echeverría en La Nación

Con el seudónimo de Iris, Inés Echeverría Bello (1868-1949) fue una de las colaboradoras frecuentes de La Nación, desde los primeros años de la existencia del medio. En este espacio, la autora escribió crónicas sobre asuntos diversos, invitada por Eliodoro Yáñez Ponce de León (1860-1932), uno de los fundadores del diario y su posterior dueño. Ambos se vinculaban por su entorno familiar, pues Iris era hermanastra del yerno de Yáñez y también por una relación de amistad (Echeverría, Mónica. Agonía de una irreverente. Santiago de Chile: Catalonia, 2018).

En 1917, aparecieron los primeros artículos de Inés Echeverría en La Nación, los que generalmente eran publicados los días domingo. Ya en este periodo, Inés Echeverría ocupaba un lugar conocido en la esfera pública nacional como escritora. Uno de los primeros artículos de Iris en La Nación fue "Bello y Lastarria", carta abierta a Paulino Alfonso del Barrio (1862-1923), publicada en febrero de 1917. En ella, Iris reflexionó sobre las figuras de su abuelo Andrés Bello (1781-1865) y José Victorino Lastarria (1817-1888), maestro de su abuelo paterno Juan Echeverría. Ante la solicitud de Paulino Alfonso de que realizara la vindicación de Bello por las disputas que ambos intelectuales mantuvieron, Iris presentó una valoración de Lastarria, enfatizando sus ideas sobre la libertad y estableciendo, de paso, una crítica al conservadurismo social y tradicional: "El síntoma más característico de sociedad paralizada, que presentan algunos grupos de personas chilenas, es ese aprecio que tienen por la conservación de las opiniones" (Iris. "Bello y Lastarria". La Nación. Número 22, 4 de febrero 1917, p. 3).

Posteriormente, Iris publicó una serie de crónicas sobre la vida social de la oligarquía de Viña del Mar durante los meses de febrero y marzo de 1917. Según la explicación que la misma Inés Echeverría realizó a propósito de los 25 años de La Nación, la aparición de este conjunto de crónicas tuvo como motivo atraer la atención del público de la élite social, pues el diario, según le habría confesado Eliodoro Yáñez, no circulaba "entre los 'poderosos'": "El puente se construyó haciendo crónicas veraniegas con las siluetas morales de los veraneantes y el ridículo de las costumbres. Joaquín Edwards, César Cascabel y yo mismo no tardamos en llenar la 'Vida Social' del diario en jocosas y certeras pinceladas sobre ese mundo. El éxito fue total. Todos deseaban ser retratados, aun a riesgo de caricatura. La Nación fue entonces leída, peleada y pagada hasta en billetes de a diez. Su circulación entre la gente chic estaba asegurada" (Iris en Echeverría, Mónica. Agonía de una irreverente. Santiago de Chile: Catalonia, 2018).

A partir de este momento, las columnas de Iris aparecieron semanal o mensualmente en el diario y, si bien varias de ellas se enfocaron en mostrar siluetas de la vida social de la élite santiaguina y de la quinta región o presentaron fragmentos de su diario personal, también fue un espacio en que la autora expresó otras facetas de su producción, como la crítica teatral, por ejemplo, en el artículo "Teatro Nacional. La Familia busquillas", en el que opinó sobre la comedia de Elvira Santa Cruz Ossa (1886-1960), La Familia Busquillas; la crítica literaria, como fue el caso de la columna "Desde lo alto", texto sobre la novela homónima de Gustavo Balmaceda Valdés; y también artículos en los que reflexionaba sobre su quehacer escritural.

Sobre este último aspecto, en 1918, escribió "La época hace la calidad del artista y el público hace al escritor", artículo en el que realizó una retrospectiva sobre su año de escritura en La Nación, su relación con el público lector y la correspondencia que recibía. Para Iris, en este texto, toda producción de un autor se ve influenciada por la época en la que escribe. En su caso particular, parte de las reflexiones de sus escritos estuvieron motivados por las cartas que recibía, especialmente del público femenino: "Nunca sé tampoco lo que voy a escribir, ni tengo una sola idea en la cabeza, un instante antes de coger la pluma, y sin embargo trota en una cancha abierta, sin más obstáculos que mi perfecta ignorancia de las leyes gramaticales. Vaya, pues, a mis corresponsales anónimos, toda la gloria de la labor que me harán hacer cada día con más seguridad y con más agrado. Aceptemos una vez por todas que el escritor no es más que el eco de las ideas y sentimientos de sus lectores" (Iris. "La época hace la calidad del artista y el público hace al escritor". La Nación. Número 457, 14 de abril 1918, p. 5).