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¡Las tierras de Arauco! El último cacique (1915)

En 1915 Manuel Manquilef publicó su primer ensayo de carácter político, titulado ¡Las tierras de Arauco! El último cacique, una especie de interpelación dirigida a la sociedad chilena en su conjunto y a la elite nacional en específico, en la que expuso diferentes dimensiones del conflicto entre el Estado y el pueblo Mapuche. Para entonces, el trabajo intelectual de Manquilef era conocido por sus colaboraciones con Tomás Guevara (1865-1935) y la publicación de Comentarios del pueblo araucano: La faz social (1911) y La Gimnasia Nacional (juegos, ejercicios y bailes) (1914).

¡Las tierras de Arauco!, fue publicado en un momento en el que -entre la intelectualidad chilena- se fue forjando un creciente sentimiento de nacionalismo. Autores como Nicolás Palacios (1854-1911), por ejemplo, relacionaron el desarrollo de la sociedad criolla y mestiza con la antigua "raza araucana", la que se proponía como base de la "raza chilena", mezcla de godo español y mapuche. En este contexto de búsqueda de una identidad nacional, Manquilef, en el primer apartado de ¡Las tierras de Arauco!, compuso un recuento histórico del problema indígena en Chile desde la llegada de los españoles (Pavez, Jorge. Laboratorios etnográficos. Los archivos de la antropología en Chile (1880-1980). Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2015, p. 368).

La idea del último cacique y de la extinción del cacicazgo como institución, que planteó Tomás Guevara en Las últimas familias y costumbres araucanas (1913), fue compartida por Manquilef, pero desde la perspectiva del cambio social negativo que significó el colonialismo y la dominación chilena para el pueblo Mapuche. Esta perspectiva fue expresada también en su trabajo como traductor del poema "El último cacique" (1911) de Samuel Lillo (1870-1958), que en su estrofa final indica que el cacique "comprende con tristeza / que es la última cabeza / de una raza que pasó / después que con sus hazañas, / desde el mar a las montañas, / toda la tierra llenó" (Lillo, Samuel y Manquilef, Manuel. "El último cacique". Anales de la Universidad de Chile. Tomo 128, Santiago, enero-junio de 1911, p. 610).

En ¡Las tierras de Arauco! -según Florencia Mallon- Manquilef expresó una "doble conciencia" como mestizo, chileno y mapuche cheuntu ("el que se vuelve gente") -como se había autodenominado en la biografía compuesta para la edición de Comentarios del pueblo araucano (la faz social)-, promotor de un proyecto reivindicativo inscrito en la nación chilena y bajo las instituciones del Estado nacional. En ese sentido, se presentó como un mapuche liberal, intelectual y político, miembro de la elite y representante de su pueblo que buscaba resaltar su lengua, sus costumbres, tradiciones e historia (Mallon, Florencia. "La "Doble Columna" y la "Doble Conciencia" en la obra de Manuel Manquilef". Revista Chilena de Antropología. Número 21, 2010, p. 72-73).

Manquilef inició ¡Las tierras de Arauco!, señalando que sus palabras son "unas cuantas verdades bien amargas" y continuó citando la Historia de Chile del abate Juan Ignacio Molina (1740-1829) para referirse a la historia mapuche previa a la conquista de los españoles. Enfatizó en que ninguna fuerza, ni siquiera el Imperio Inca, pudo imponerse sobre ellos, agregando que "vivían felices y no en estado de salvajismo (…) vivían bien sin molestar a sus vecinos, y sin dejarse molestar de nadie" (Manquilef, Manuel. ¡Las tierras de Arauco! El último cacique. Temuco: Imprenta y Encuadernación Modernista, 1915, p. 7). Luego citó La Araucana de Alonso de Ercilla (1533-1594) para mostrar la manera en que resistieron a las fuerzas españolas y afirmar, de paso, que la única forma posible de paz era el diálogo y la negociación política a partir de los parlamentos.

Respecto de los parlamentos, señaló que "no fueron los indios" quienes interrumpieron estos diálogos "y recuérdese que, gracias a su buena fe, no son hoy los holandeses dueños de toda esta zona del sur" y que "la sangre araucana se derramó para regar el árbol de la libertad que cobijó la otra mitad. El araucano jamás miró el número, ni las armas del español, siempre luchó hasta la muerte y puede decirse que venció al poderoso rey de España" (Manquilef, p. 7-8). Indicó, además, que en los inicios de la República chilena, la opción política de sus gobernantes fue dejar tranquilos y en libertad a los mapuche, los que lentamente comenzaron su proceso de "civilización" y se enriquecieron en sus tierras criando a miles de animales; "todos eran ricos", por lo que afirmó que la pobreza en la que muchos de ellos se encontraban, hacia inicios del siglo XX, era debida a las políticas implementadas por el Estado luego de la ocupación militar y la reducción de sus tierras.

Continuó el ensayo con la relación de las fundaciones de ciudades en territorios mapuche; la implementación de las radicaciones tras el remate de terrenos que pasaron a ser fiscales y luego privados, entregados a los colonos chilenos y extranjeros; y la formación de las comunidades, las que situó como una causa del aumento del alcoholismo, la delincuencia y los conflictos familiares, entre otros males que afectaban a los mapuche.

Respecto de su organización social, insistió en que la sociedad mapuche era jerárquica, incluso antes de la conquista, y que las radicaciones igualaron "injustamente a todos y de aquí la lucha del más rico contra el más pobre (…). Este fue un golpe premeditado al parecer contra los indios más pudientes, a sus fortunas que quizás les habrían servido para educar sus hijos, quienes habrían defendido a su raza de tanto abuso. Mataron pues a los ricos e hicieron como los gobiernos despóticos que matan al obrero ilustrado para destruir la democracia" (Manquilef, p. 11).

Su solución, respecto del problema de la radicación, consistía en dividir las comunidades y entregar tierras por familias convirtiéndolas en propietarias, ya que esas futuras familias "serán más tarde elementos de orden, porque los que algo tienen, aunque sea poco, no son revolucionarios" y los que no pudiesen explotar sus tierras, podrían ser mano de obra disponible para los fundos vecinos (Manquilef, p. 12). Criticó también el sistema de división y repartición de tierras impuesto por jueces e ingenieros y la mala aplicación de las "leyes indígenas". Levantó críticas también sobre la educación entregada a los mapuche y sobre cómo se protegía a inquilinos de los fundos y colonos más que a ellos, mientras que eran obligados a pagar contribuciones. Dedicó otro apartado titulado "verdades y falsedades" para discutir todas aquellas nociones negativas y prejuicios que se tenía sobre los mapuche.

Luego de exponer las prácticas de la Comisión Radicadora y los Protectores de Indios, presentó un bosquejo de lo que fue posteriormente su proyecto de ley sobre división de comunidades de 1927 e hizo referencia a otros proyectos de ley discutidos en el Congreso Nacional, presentados por diputados de diferentes partidos y tendencias políticas. El texto fue acompañado de los testimonios favorables a las demandas mapuche de los diputados representantes de la Araucanía, Malaquías Concha (1859-1921), Héctor Anguita (1857-1946) y Oscar Cerda (1874-1934), y del cuerpo de abogados de Temuco.

Manquilef finalizó ¡Las tierras de Arauco!, con una exhortación al gobierno chileno -encabezado entonces por Ramón Barros Luco (1835-1919)-; señaló que "el bienestar de las provincias de Cautín, Malleco, Valdivia y otras, depende especial y casi únicamente de la pronta solución del problema indígena" (Manquilef, p. 38).