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Crecimiento de la cesantía

Uno de los mayores efectos que tuvo la Gran Depresión, sobre todo entre 1930 y 1934, fue el de la cesantía, que se expandió en el país debido al cierre de faenas y la quiebra de empresas en diferentes rubros de la producción nacional.

Durante el año 1929, los efectos de la crisis no se sintieron de inmediato, puesto que las medidas económicas implementadas por el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1877-160) generaron un breve período de auge, gracias a la ampliación de las obras públicas, el fomento y financiamiento del sector fabril y la ampliación del consumo de productos agrícolas.

En el caso de la minería, a pesar del decrecimiento de la producción y exportación de salitre y cobre, muchas de sus faenas siguieron funcionando, lo que mantuvo también en funcionamiento la producción de carbón y en menor medida de petróleo para el consumo de combustible industrial. Así, se mantuvo una demanda de mano de obra que no disminuyó hasta mediados de 1930.

El primer sector que se vio afectado fue el de la producción del salitre, que ya había tenido varios periodos de crisis previos, pero que con el estallido de la crisis de 1929 no logró recuperar sus niveles de producción y venta, por lo que muchas oficinas salitreras terminaron por cerrar. Solo se mantuvieron vigentes aquellas faenas salitreras asociadas a la Compañía de Salitres de Chile (COSACH), principalmente las grandes plantas de María Elena y Pedro de Valdivia, ambas de capitales estadounidenses. El resto de los trabajadores de la pampa migraron hacia las regiones del sur, principalmente a Coquimbo, Santiago y Valparaíso, donde no encontraron trabajo en las industrias fabriles que poco a poco fueron cerrando sus puertas, lo que generó un gran fenómeno de desocupación (Bravo, Guillermo. "El mercado de trabajo y la crisis de 1929. Una aproximación a la problemática de 1930". Cuadernos de Historia, Número 10, diciembre de 1990).

Como señala Arturo Alessandri Palma (1868-1950) en sus memorias, las regiones salitreras consumían gran parte de la producción fabril, de combustible y agro-ganadera nacional, lo que se vio afectado por la crisis. Al perder el mercado del norte, la sobreproducción y las pérdidas de ganancia empujaron a terratenientes, industriales y comerciantes a despedir de sus puestos de trabajo a hombres y mujeres que se desempeñaban como mano de obra calificada y no calificada. El desempleo, según Alessandri, alcanzó a cerca de 180 mil obreros que, contando a sus familias, elevó la suma a 280 mil (Alessandri Palma, Arturo. Recuerdos de Gobierno, Tomo III. Santiago: Editorial Nascimento, 1967, p. 28).

Durante los periodos de gobierno que sufrieron con la Gran Depresión, el Estado financió la apertura de albergues para desempleados, en los que paulatinamente comenzaron a aparecer las ollas comunes y los mítines de protesta, al igual que en las poblaciones y barrios populares de las ciudades más importantes del centro-sur del país. La demanda mayor de trabajo propició también la disminución de los salarios, lo que repercutió también en la calidad de vida de los trabajadores. En ese sentido, la mendicidad fue también un problema de gravedad y las calles se llenaron de hombres, mujeres y niños pidiendo dinero y comida. El aumento en los índices de prostitución y de actividades informales o delictivas, fueron también parte del proceso de decrecimiento económico.

La opinión pública estuvo informando constantemente sobre los sucesos de la crisis social. Una de las principales revistas en documentarlo fue la revista Zig-Zag, que publicó en 1932 -el año más agudo de la crisis- diversos artículos relacionados con el problema de la falta de viviendas, que se agudizó con el conflicto entre el Estado y las confederaciones de arrendatarios y propietarios. Así mismo, los cesantes sin hogar se convirtieron paulatinamente en un problema de higiene urbana, puesto que las ciudades no estaban capacitadas para recibir dicha cantidad de población, mientras que las familias comenzaron a ocupar espacios públicos y de la periferia de las ciudades.

Uno de los artículos titulado "El sueño de la miseria y el hambre", a modo de crónica literaria, abordó el problema de los cesantes que dormían en el Parque Forestal señalando que "el sueño de la miseria es lúgubre y de constantes pesadillas, de sobresaltos que rompen las bellas imágenes, de desencantos que apagan la canción de gozosos efluvios que viene desde la orilla legendaria de lo impalpable. (…) El sueño de los que tienen hambre es el peor de todos los sueños. Ese sueño en que hay una voz superior a toda otra que grita desesperadamente adentro del pecho, pidiendo lo que al cuerpo le es indispensable. Los hombres dormidos en las calles y los parques, las mujeres abandonadas y los niños harapientos, tienen ese sueño doloroso y agudo como puñal acerado" ("El sueño de la miseria y el hambre". Zig-Zag, Número 1402, 2 de enero de 1932, p. 107-108).

A pesar de las medidas impuestas por el gobierno de Alessandri, como la contratación de trabajadores para la construcción de obras públicas, de la adquisición de terrenos agrícolas para darlos en préstamo a los desocupados y sus familias, la movilización de población para la colonización de la Provincia de Aysén, la puesta en producción de lavaderos de oro por parte del Estado y la inyección de recursos en áreas estratégicas de la industria manufacturera, los altos índices de cesantía se mantuvieron hasta por lo menos 1934, año en que la economía comenzó a mejorar gracias a las políticas públicas de Alessandri y Gustavo Ross Santa María (1879-1961).