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La madre de los conejos

La madre de los conejos, de Alejandro Sieveking, fue escrita en 1959 y, al igual que otras de sus obras de esa época, emprende una indagación psicológica de los individuos en su ámbito familiar e íntimo. La acción se despliega sobre un escenario de dos pisos, una casa familiar de Valparaíso, donde -de manera similar a lo que ocurre en Mi hermano Cristián- se teje una trama de secretos y relaciones viciadas por un hecho del pasado.

En este caso, María Cristina, una muchacha de doce años, se ha suicidado lanzándose a la línea del tren después de haber quedado embarazada de su hermano Jaime. Desde entonces y por siete años, Elvira, la madre, no le ha hablado a su hijo, a quien considera el único culpable. El espíritu de la familia queda determinado por este rencor, que se hace patente cuando llega Isidora, una joven de diecinueve años que está enamorada de Jaime. Los cuatro hermanos se relacionan de manera distinta con esta madre sobreportectora y controladora. Entre ellos, Sergio, el hijo favorito de su madre y débil de salud, se ha puesto como objetivo conseguir que su madre perdone a Jaime. El trágico desenlace se desencadena cuando conocemos el resto de los hechos, que relativizan la culpa de Jaime en la muerte de su hermana y echan luz, en cambio, sobre la culpa que tuvo Elvira.

La exactitud en la descripción de la escenografía y la caracterización de los personajes -que recuerda, según Castedo-Ellerman, el estilo naturalista- permite poner en escena las taras y enfermedades de los personajes dentro de un ambiente que pareciera sacado de la vida real. "La caracterización 'marca' a cada personaje. La simplificación de los conflictos internos -carentes de facetas contradictorias- resta profundidad sicológica, excepto en el caso de la madre. Su sentido de culpa y conmoción interior le impide pensar. Este defecto fatal tiene calidad de tragedia griega; por un lado ella es la causante del conflicto que aniquila a la familia; por otro, es difícil ser incomprensivo con su sufrimiento íntimo" (El teatro chileno de mediados del siglo XX, p. 72).

La obra fue estrenada en 1961 bajo la dirección de Agustín Siré y Víctor Jara fue asistente de dirección. El complejo personaje de Elvira fue interpretado por Bélgica Castro, cuya destreza permitía mezclar la extrema dureza del carácter con la suavidad.