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Fijó su residencia en Blanes

A Blanes llegó por casualidad. Fue a montar un negocio, una tienda de bisutería, ropa, para turistas, y se quedó allí. Desde 1986, hasta la fecha de su muerte vivió en este lugar.

Con su esposa Carolina, arrendaron una casa y después cada uno tuvo la suya, pero siguieron juntos. La residencia de Bolaño era muy austera y para escribir tenía una habitación vacía, con paredes adornadas sólo con recortes de diario, en los que se inspiraba para sus ficciones. Esta casa le otorgó la tranquilidad que necesitaba para escribir: "Pero desde el balcón de mi casa se ve el mar... He encontrado un punto perfecto de relación con las musas. Si me cambiara de casa e instalara una estufa, las musas se harían un poco más de rogar. Ellas vienen a mí porque estoy en el sitio donde quieren que esté" (Villouta Rodríguez. Mili. "Roberto Bolaño. Escritor nómada", El Mercurio, 17 de julio, 1999, p. 46-49).

Todas las mañanas se levantaba a las 6:00 para trabajar en algún manuscrito. Su rutina, según él, era la siguiente: "Enciendo el computador que es una antigualla y mientras aparece el programa, me da tiempo para lavarme y prepararme una manzanilla con miel, mi única bebida. Escribo toda la mañana y luego hago un descanso para recoger a mi hijo en el colegio. La tarde la empleo en corregir lo que he escrito por la mañana" (Fernández Santos, Elsa. "El chileno de la calle del loro", Paula, (782): 86-89, agosto, 1998).

Blanes significó mucho para Bolaño. En este lugar escribió sus obras más importantes y que lo ubicaron como uno de los mejores narradores de lengua española.