Subir

Premio Nacional de Literatura

El 19 de diciembre de 1986, Enrique Campos Menéndez recibió el Premio Nacional de Literatura, en un clima no exento de polémicas. Entre los candidatos que postulaban al galardón estaban: Antonio de Undurraga, Carlos René Correa, Daniel Belmar Ríos, Carlos Vega López, Fernando González Urizar, Hermelo Arabena Williams, Roberto Meza Fuentes, Chela Reyes, Benjamín Morgado Chaparro, Carmen de Alonso, Carlos León Alvarado y José Donoso. Este último era el candidato preferido por su larga trayectoria y calidad literaria. Sin embargo, debido al contexto político de la época, se hizo difícil llegar a una resolución. De los miembros que conformaban el jurado -Ministro de Educación Sergio Gaete; el periodista Tomás Mac Hale Espinoza, representante del Pen Club de Chile; profesor Antonio Carkovic Eterovic, por el consejo de rectores; ex diplomático Óscar Pinochet de la Barra por la Academia y escritor Martín Cerda por la SECH- dos de ellos (Pinochet y Cerda) discreparon a través de un voto de minoría. Por su parte, Óscar Pinochet señaló que votaba en contra, "porque este Premio Nacional de Literatura, va cada año desvirtuándose un poco, perdiendo un poco de su independencia". (Martinéz, Pacián. "No están todos los que son...", El Sur, Concepción, 31 de agosto, 1986, p. 3)

Enrique Campos Menéndez supo la noticia en España, expresando su alegría: "Me siento depositario de algo más grande que mi mismo, que es representar a la literatura chilena". ("Premio Nacional de Literatura 1986: Enrique Campos Menéndez", Revista de educación, (140): 12, septiembre, 1986). Por su parte, el jurado explicó las razones de su elección: "por su auténtica vocación literaria, su espíritu nacional y americanista trascendente y el ejercicio eximio de la lengua castellana" (B. G. "Polémicas de honor y de sombra", Hoy, (475): 51-52, 25 al 31 de agosto, 1986)

Tras el otorgamiento del Premio Nacional, muchos escritores expresaron su repudio, entre ellos, Jorge Edwards: "El mundo sólo sabe que José Donoso compitió contra un desconocido y fue despojado de su triunfo por obra de las autoridades lugareñas. El ganador consiguió un diploma, algún dinero, y, fuera de nuestras fronteras, una considerable dosis de ridículo". ("Las interconexiones", El Mercurio, Santiago, 31 de octubre, 1986, p. A3)