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Curas y frailes defensores del rey

Fieles a la tradición y en oposición a los cambios políticos que los criollos patriotas comenzaron a introducir, derivados de la autonomía política, un importante sector del clero demostró su fidelidad a la Corona española con diversas acciones. En un principio se negaron a reconocer la autoridad y legitimidad de los nuevos gobiernos. Más adelante, predicaron en contra de las ideas liberales y republicanas, enarboladas por quienes defendían la causa de la Independencia.

Para este sector del clero era un punto intransable la fidelidad al rey español, el que públicamente defendía a la Iglesia Católica como entidad rectora de la sociedad y única religión aceptada, cuestión que se oponía al liberalismo defendido por los patriotas, que propugnaban por un Estado cada vez más laico, moderno y permisivo con la libertad de conciencia. Además, el Vaticano apoyaba a la Corona española y condenaba los movimientos revolucionarios de Hispanoamérica. Debido a esto es que muchas veces el clero realista consideraba tanto a los laicos como al clero que los apoyaba, como personas interesadas en atacar a la religión y propugnar la impiedad entre la población.

El fraile dominico José María Torres, redactor de La Gazeta del gobierno de Chile, desempeñó un importante papel en la defensa de las ideas monárquicas, la religión y el tradicionalismo a través de ese periódico. Desde el inicio de los cambios en 1810, los curas y frailes franciscanos de Chillán, establecidos en un colegio misional dedicado a la evangelización, se destacaron por su posición claramente anti-liberal.

Particular importancia tuvo la defensa de las prerrogativas particulares de la Iglesia en Chile y la autonomía de las órdenes religiosas, en oposición al control más directo que pretendían ejercer los gobiernos patriotas, a través del derecho de Patronato, que el clero realista no reconocía en el nuevo Estado.

Lideraba este sector del clero el Vicario Capitular de la diócesis de Santiago, José Santiago Rodríguez Zorrilla, obispo interino de la capital, confirmado en el cargo por el Papa en 1815 y gobernante efectivo del Obispado durante la reconquista española. Posteriormente fue confinado por los gobiernos independientes.