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descenso de la tasa de fecundidad

La transformación sociodemográfica más importante de Chile en el último siglo, ha sido el descenso de la fecundidad. En la primera mitad del siglo el promedio de hijos por mujer era bastante alto, por lo general existían familias numerosas con gran cantidad de hijos. En la segunda mitad del decenio de 1960 se inicia la baja de la fecundidad. Las mujeres comienzan a reducir el número medio de hijos, de esta forma a inicios de la década de los setenta el promedio de hijos por mujer era de 3.6, mientras que hace veinte años atrás este valor superaba los 5.5 hijos.

Estos cambios se deben a una serie de factores determinantes, entre ellos se destaca la mayor inserción femenina en el mundo del trabajo, parece haber generado, por lo menos entre los estratos medios y altos, una incompatibilidad con las funciones estrictamente domésticas. Otro aspecto es el efecto de la disminución de la mortalidad infantil, pues es probable que la mayor probabilidad de supervivencia de los hijos fuese un motivo para obviar concepciones adicionales. Por último a partir del año 1962, el gobierno, a través del Servicio Nacional de Salud en su programa materno-infantil, comenzó a aplicar una política de salud destinada a difundir las prácticas anticonceptivas como medio de combatir la alta incidencia de abortos, abarcando cada vez sectores más amplios de la población femenina.

En las últimas décadas el descenso de la fecundidad ha seguido, en los noventa volvió a disminuir; a raíz de esta evolución, la Tasa Global de Fecunidad de Chile llegó a 2 en el quinquenio 2000-2005. Pese al descenso general de la tasa de fecundidad, persisten profundas diferencias entre el número de hijos de las mujeres, dependiendo de su situación socioeconómica y su nivel de educación. En el corto y mediano plazo, una disminución de la fecundidad tiene efectos positivos sobre el desarrollo, impactando directamente en la reducción de la pobreza. En este sentido, la educación de las mujeres es un factor decisivo, ya que les permite un mayor control de los recursos y más autonomía para tomar decisiones, entre ellas la del uso de anticonceptivos.