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sus últimos años

En 1960 cayó postrado durante siete meses, víctima de una hemiplejia, que él llamaba, con el humor negro que lo caracterizaba "paso de ganso con que los ancianos entran a la inmortalidad". Luego de sufrir la parálisis de sus piernas y de una mano, se negó a recibir visitas y comenzó a escribir notas de despedida a su esposa. A los 81 años, Joaquín Edwards Bello consideraba que ya había vivido demasiado. Dicen que monologaba y repetía versos de Manrique, pasajes del Dante, y largos fragmentos de Martín Fierro.

A raíz de la enfermedad que progresaba, su esposa Marta se vio en la obligación de vender gran parte del patrimonio familiar para costear médicos y medicinas. Pese a obtener el Premio Nacional de Literatura y el de Periodismo, Joaquín Edwards Bello vivió sus últimos años con una modesta pensión de 400 escudos mensuales. Siempre se quejó de no haber sido rico como sus parientes Edwards, como queriendo olvidar que la fortuna que en algún momento tuvo la dilapidó entre los juegos de azar y los casinos.

Sin dinero y prácticamente olvidado, a las 8:30 del lunes 19 de febrero de 1968, se disparó en la cabeza con un revólver Colt, calibre 38, que le había regalado su padre para que se "protegiera". Seis meses después, su esposa Marta Albornoz encontró entre sus libros una nota de despedida "¡Mi Martita adorada: perdóname lo mucho que te hago sufrir. Si me voy es culpa exclusiva mía. Perdóname. Yo no puedo más con esta tremenda agonía. Tu Joaquín".

En una de sus últimas conversaciones había dicho: "Si alguna vez me suicido, digan que fue así. Si no, van a correr el mito, en este país de mitómanos, de que me asesinaron. Así como corren los mitos de los enterrados vivos".