Subir

No existía una organización

Si bien nuestro país no disponía de una organización destinada específicamente a combatir el fuego, desde inicios de la república se implementaron medidas para apagar los incendios. El único antecedente colonial -además de la intención de organizar un batallón para combatir el fuego- proviene del Gobernador de Chiloé, quien emitió una ordenanza que obligaba a los vecinos a mantener un odre con agua en sus casas para disponer de él en caso de incendio.

Tras varias iniciativas la Municipalidad de Santiago creó la Compañía de Incendio por decreto del 6 de diciembre de 1838, tras el incendio del Teatro de la República (calle del Puente). Al poco andar, los integrantes de esta primera Compañía demostraron su incompetencia y falta de preparación en estos siniestros, lo que quedó demostrado en el incendio previo de la Iglesia de la Compañía (31 de mayo de 1841). Tras tomar algunas medidas en el caso, los problemas se manifestaron nuevamente cuando enfrentaron el incendio del portal Sierra Bella, actual Fernández Concha, a mediados de 1848. Algunos de los inconvenientes en esta ocasión fueron la falta de dotación y el mal estado de las herramientas de trabajo. El gobierno se comprometió a ayudarlos y así, la Municipalidad fundó el "Cuerpo Cívico de Zapadores Bomberos". Para aumentar la dotación, se dispuso que cada batallón cívico de la ciudad aportara con 25 soldados, los que debían ser albañiles, carpinteros y herreros. Este cuerpo cívico era popularmente conocido como el "Batallón de la Bomba". Las herramientas aumentaron en cantidad y calidad con dos bombas a palanca, 15 escaleras de 8 varas, 4 bombines, 60 hachas, 30 baldes, entre otros. Sin embargo, debido a la participación política de sus integrantes en la revolución de 1851, su número nuevamente se vio diezmado.

En los siguientes 10 años no se renovaron los materiales. Tras varios intentos fallidos por generar recursos para la adquisición de nuevo material, la solución se presentó con una nueva organización llamada "Salvadores de propiedad", grupo de hombres dedicados exclusivamente a la remoción de los bienes muebles de los lugares afectados por las llamas. Con su consolidación, estos cambiaron de nombre para llamarse "Salvadores y Guardia de Propiedad".

Esta era la situación cuando la tarde del 8 de diciembre comenzó el siniestro en la iglesia de la Compañía. Era tal el mal estado de las mangueras que sus filtraciones impedían que el agua saliera por los pitones. Sólo a partir de esta macabra experiencia se organizó un cuerpo de bomberos estable en la ciudad de Santiago.