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Entusiasmo de sus habitantes

A pesar de las amenazas de la naturaleza, hacia mediados del siglo XVII Santiago ya era una ciudad consolidada, provista de un saludable clima y un agradable entorno.

"Hace muro a este feracísimo valle de Mapocho por la parte del oriente, la cordillera nevada (que se ve toda blanca de nieve en el invierno, y a manchas en el verano) y al poniente la cuesta y ásperas montañas del Poangue, Carén y Lampa (cuyo pie podemos decir que calza oro fino, por ser de tan subidos quilates el que se halla en las ricas minas, que hay de todo en él, de que se sacó mucho cuando se labraban); ni está desmantelado por los lados, porque por las bandas del norte y sur le rodean otras montañas, que aunque no son tan levantadas, como la cordillera, son lo que bastan para la correspondencia, que por todas partes cerca este valle, el cual cría en varias partes de sus quebradas frecuentes minas de oro. Tiene de diámetro, contando de leste oeste, que es de la cordillera a la cuesta de Poangue y Carén, cinco a seis buenas leguas; y de septentrión a mediodía, que es desde el río de Colina hasta el de Maipo, otras siete u ocho leguas; con que su circunferencia vendrá a ser de veintiséis a veintiocho leguas, y más si nos dejamos bajar hasta San Francisco del Monte, que es un lugar de espesísimos y amenísimos bosques, de donde se corta madera para la fábrica de casas.

En este valle, dos leguas de la cordillera, a la orilla del río Mapocho, crió Dios un cerro de vistosa proporción y hechura, que sirve como atalaya, de donde a una vista se ve todo el llano como la palma de la mano, hermoseado con alegres vegas y vistosos prados en unas partes, y en otras de espesos montes de espinales, de donde se corta la leña para el común uso de la vida humana. Al pie de este cerro (que es de moderada altura, y tendrá de circuito poco más o menos de dos millas) hallaron los castellanos poblados gran suma de indios, que según refieren algunos de los autores que tengo citados, llegaban a ochenta mil, y pareciendo al gobernador Pedro de Valdivia, que supuesto que los naturales de la tierra habían poblado en este lugar, sería sin duda el mejor de todo el valle, le eligió para fundar, como lo hizo, la ciudad de Santiago a 24 de febrero de 1541, la cual está en treinta y cuatro grados de altura, y danle de longitud setenta y siete, distante del meridiano de Toledo 1.980 leguas.

La planta de esta ciudad no reconoce ventaja a ninguna otra, y la hace a mucha de las ciudades antiguas, que he visto en Europa, porque está hecha a compás y cordel, en forma de un juego de ajedrez, y lo que en este llamamos casas, que son los cuadrados blancos y negros, llamamos allí cuadras, que corresponde a lo mismo que decimos en Europa islas, con esta diferencia, que éstas son unas mayores que otras, unas triangulares, otras ovadas o redondas, pero las cuadras son todas de una misma hechura y tamaño, de suerte que no hay una mayor que la otra y son perfectamente cuadradas; de donde se sigue que de cualquiera esquina que un hombre se ponga, ve cuatro calles: una al oriente, otra al occidente, y las otras dos a septentrión y mediodía, y por cualquiera de ellas tiene la vista libre, sin impedimento hasta salir al campo. Cada una de estas cuadras se divide en cuatro solares iguales, de los cuales se repartieron uno a cada vecino de los primeros fundadores, y a algunos de ellos les cupo a dos; pero con el tiempo y la sucesión de los herederos, se han ido dividiendo en menores y menores, de manera que se ven ya hoy en cada cuadra muchas casas, y cada día se hacen nuevas divisiones.

Por la banda del norte baña a esta ciudad un alegre y apacible río, que lo es mientras no se enoja, como hace algunos años (...) Para esto han fabricado por aquella banda una fuerte muralla o tajamar, donde quebrando su furia el río, echa por otro lado y deja libre la ciudad.

De este río sangra por la parte del oriente un brazo o arroyo, el cual dividido en otros tantas cuantas son las cuadras que se cuentan de norte a sur, entra por todas ellas de manera que a cada cuadra corresponde una acequia, la cual entrando por cada una de las orientales, va atravesando por todas las que se le siguen a la hila, y consiguientemente por todas las calles transversales, teniendo en éstas sus puentes para que puedan entrar y salir las carretas, que traen la provisión a la ciudad; con que no viene a haber en toda ella cuadra ni casa por donde no pase un brazo de agua muy copioso, que barre y lleva todas las inmundicias del lugar, dejándolo muy limpio; de que también se sigue una gran facilidad en regar las calles cuando es necesario, sin que sean menester los carros y otros instrumentos, que se usan en otras partes, porque no tienen sitio sangrar la acequia por la calle, lo que basta para que salga un arroyuelo que la riega y alegra en el verano con gran comodidad, sin ningún gasto. Todas estas acequias desaguan al poniente, y salen a regar mucha cantidad de huertos y viñas, que están plantadas por aquella parte, y el agua que sobra pasa a regar los sembrados o vuelve a la madre, que es una gran comodidad para todos. No beben de esta agua que pasa por las casas, sino los caballos y demás animales domésticos, porque aunque de suyo es muy buena, como pasa por tantas partes, no va ya de provecho para la gente, y así la traen para esto del río o de los pozos, que la dan muy buena y muy fresca, y los que quieren beberla más regalada se proveen de los manantiales y fuentes, que hay muchas en la vecindad y comarca, regaladísimas y suavidísimas.

Las calles de esta ciudad son todas de una misma grandeza y medida, y tan anchas que caben muy holgadas en ellas tres carrozas juntas; tienen todas de la una banda y de la otras sus calzadas de piedra, y el espacio intermedio queda libre para el trajín de sus carretas. Una sola calle hay muy ancha, que tendrá de espacio tanto como cuatro o cinco de las ordinarias y podrán caber juntas unas doce o quince carrozas. Esta queda al lado del sur, y corre de oriente a poniente, desde el principio hasta el fin de la ciudad, de manera que entrambas salidas las tiene al campo, y así es muy larga. Llámase ésta La Cañada. Y aunque al principio no pasaba de allí la ciudad ni se extendía más adelante, ha ido creciendo ésta de manera que se ve hoy esta Cañada cercada de huertas y edificios de uno y otro lado; y la iglesia de San Lázaro, que está en ella, y me acuerdo yo cuando se veía afuera ya de la ciudad, la cogen hoy dentro muchas cuadras, que se han fabricado más adelante, de manera que viene a estar ya en buen paraje. Es esta Cañada absolutamente el mejor sitio del lugar, donde corre siempre un aire fresco y apacible, que en la mayor fuerza del verano salen los vecinos, que allí viven, a tomar el fresco a las ventanas y puertas de la calle; a que se añade la alegre vista, quede allí se goza, así por el gran trajín y gente, que perpetuamente pasa, como por las salidas que hay a una y otra parte y una hermosísima alameda de sauces, con un arroyo que corre al pie de los arboles, desde el principio hasta el fin de la calle; y el famoso convento de San Francisco, que está ilustrando y santificando aquel sitio, con una famosa iglesia de piedra blanca hacha de sillería y una torre al lado de lo mismo, tan alta, que de muy lejos se da a la vista a los que entran de fuera. Es de tres cuerpos con sus corredores y remata el último en forma de pirámide; es muy airosa, y de lo alto de ella se goza por todos lados de bellísimas vistas, que son de grandísimo recreo y alegría ".

Alonso de Ovalle. Histórica Relación del Reino de Chile. Santiago: Instituto de Literatura Chilena, 1969, 1ª edición, Roma, 1646, pp. 73-78.