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Escribanías

En América y Santiago, en particular, las escribanías tuvieron las mismas atribuciones que las notarías actuales. Allí residía el escribano, un funcionario cuya función fue dar fe pública de los actos de los sujetos. Fue una de las instituciones más visitadas por la población durante el periodo colonial, sobre todo desde el siglo XVIII. El crecimiento demográfico y el cambio de una economía ganadera a una de exportación de trigo produjeron una mayor clientela que buscó esos servicios para patentar jurídicamente sus negocios.

En España -desde donde se transportó hacia América-, el derecho visigodo estaba dominado por la idea de que todos los negocios jurídicos debían ser representados por una scriptura. Sin embargo, desde el siglo VIII hasta el XII, la fidelidad del documento radicaba en la autentificación de la letra del scriptor y en los testigos que lo presenciaban.

No fue sino hasta el siglo XIII cuando apareció la institución escribanil y el documento con las características que se conocieron en América. Fue en esa época que el scriptor se transformó en publicus notarius, de modo que la legitimidad y autenticidad del documento radicaría en la firma y signo del escribano. Además, los escritos debían ser redactados de manera pública y estandarizada, lo que motivó la proliferación de una serie de manuales de estilo.

En el Reino de Chile, la primera escribanía se fundó en Santiago en 1541 y le correspondió el título de primer escribano a Juan de Cárdenas, amanuense de Pedro de Valdivia, quien, además, redactó las cartas que envió al rey. Durante el siglo XVI se crearon tres nuevas escribanías en 1558, 1561 y 1565. Ya en el siglo XVIII se fundaron la Quinta Escribanía, en 1713, y la Sexta Escribanía, en 1718.

En Santiago, a diferencia de otras ciudades hispanoamericanas como Quito y Lima -donde existía un Portal de Escribanos que funcionaba a un costado de la Plaza de Armas-, las escribanías no tuvieron un lugar físico específico. Los escribanos se ubicaban indistintamente en la Plaza Mayor, aunque también redactaban los documentos en sus propias casas cuando se los solicitaban. En algunas ocasiones, por enfermedad o dificultad de acceso de los clientes, ellos se trasladaban a sus domicilios.

La necesidad de patentar jurídicamente los actos privados de las personas en una sociedad que le otorgaba un alto valor a la palabra escrita, produjo que las escribanías se expandieran en todo el territorio. La mayoría de las ciudades importantes tuvo al menos una: Valparaíso, La Serena, Concepción, Chillán, Talca, entre otras. En lugares de escasa población y, por ende, de exiguo movimiento mercantil, estas instituciones no fueron necesarias. En Aconcagua, por ejemplo, no hubo una sino hasta fines del siglo XVIII.

Actualmente, los documentos registrados y organizados por los escribanos durante el período colonial se conservan en el Archivo Nacional Histórico. Los más numerosos son los de Santiago que alcanzan cerca de 900 tomos. Sin embargo, diversas catástrofes naturales -como incendios, inundaciones y terremotos- y los sucesivos alzamientos indígenas provocaron la pérdida insustituible de gran parte de la documentación que emanó de las instituciones ubicadas entre Rancagua y el Maule.