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Epistolario de Sor Josefa

Nacida el 25 de marzo de 1739, Sor Josefa de los Dolores Peña Lillo y Barbosa ingresó al entonces Beaterio de Santa Rosa (que luego se convirtió en el convento Monasterio de Dominicas de Santa Rosa de Lima de Santiago de Chile) a la edad de ocho años, en contra de la voluntad de sus padres. Recién a los 15 años pudo profesar como monja de velo blanco, sin poder acceder a ser una de velo negro por no contar con la dote suficiente para ello.

Como confesor tuvo al Reverendo Padre Manuel Álvarez de la Compañía de Jesús. Con él inició una correspondencia epistolar en 1752, la que se vio interrumpida en 1769, cuando éste fue expulsado de Chile. A su partida dejó estas cartas en poder del Obispo, quien las fue heredando hasta que en 1861, el Obispo Arístegui, luego de evaluar y censurar su contenido, las entregó al monasterio, explicando que "habiendo entrado ratas al estante o cajón que las contenía, mordieron todo el margen y parte en blanco, pero no faltaba una letra en la parte escrita" (Invernizzi Santa Cruz, Lucía. "El discurso confesional en Epistolario de Sor Josefa de los Dolores Peña y Lillo", Historia, (36): 179-190, 2003). Desde entonces, se conservan en el archivo del Monasterio de Dominicas de Santa Rosa de Lima de Santiago, donde fueron encontradas por la investigadora y teórica Raissa Kordic.

El Epistolario de Sor Josefa reúne 65 cartas que ella dirigió voluntariamente desde su ingreso al Beaterio, a su confesor: "eligió al padre Manuel para que guíe su alma por considerarlo el único capaz de entender su complejo interior, resolver sus dudas y temores acerca de las experiencias que vive y guiarla en su camino de perfección, en su aspiración de 'reformar mi vida y ser otra de la que hasta lo presente he sido'" (Invernizzi Santa Cruz, Lucía "El discurso confesional en Epistolario de Sor Josefa de los Dolores Peña y Lillo", Historia, (36): 179-190, 2003).

No siempre la comunicación fue algo fácil para ella: "Sor Dolores desarrolla un discurso que lo enfrenta a plurales dificultades y cuya escritura se le plantea como un 'trabajo' arduo y penoso. De esas dificultades, algunas provienen de las condiciones en que se produce esta escritura: carencia de papel y de tiempo para escribir; necesidad de contar con la autorización de la priora, dado el carácter excepcional que tiene el intercambio epistolar entre confesadas y confesores, dentro de los claustros; ambiente conventual adverso que obliga a que la comunicación entre Sor Dolores y el padre Manuel se reduce con 'sumo sigilo', enfermedades y dolores corporales que le impiden tomar la pluma. Otras dificultades son las inherentes a la situación epistolar de comunicación, marcada por la separación física y la distancia que media entre las corresponsales, que determinan el carácter diferido de la comunicación y las consiguientes ansiedades, impaciencias y temores que provocan la incerteza sobre la recepción de las cartas o las demoras de las respuestas, lo que, en el caso de nuestra monja, se agudiza por el hecho de que para establecer el circuito comunicativo debe valerse de mensajeros y vencer múltiples escollos, entre ellos los que, a partir de 1767, genera la orden de expulsión de los jesuitas, que acentúa el riesgo de extravío de las cartas y de que personas ajenas se inmiscuyen en la privacidad de la comunicación con su confesor" (Invernizzi Santa Cruz, Lucía. "El discurso confesional en Epistolario de Sor Josefa de los Dolores Peña y Lillo", Historia, (36): 179-190, 2003).