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El quiebre con el Partido Conservador durante las elecciones presidenciales de 1938, permitió a los falangistas demostrar que su compromiso con la política se sustentaba en la ética antes que en la búsqueda del poder. Desde esta posición, los tres diputados falangistas electos en 1941 rechazaron las acusaciones de sus antiguos correligionarios, se enfrentaron con la desconfianza de la izquierda y descifraron los artificios del radicalismo.