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Encuentro entre dos culturas

Una reseña realizada por el historiador Mario Góngora a propósito de la publicación en 1984 de Suma y epílogo de lo más esencial que contiene el libro intitulado Cautiverio feliz, y guerras dilatadas del Reino de Chile, planteaba que "con la edición de esta obra se recogía una de las fuentes literarias más importantes de nuestra tradición. La primera edición del Cautiverio Feliz es la que dirigió Barros Arana en 1863 para la Colección de Historiadores de Chile, que reproduce, con algunas lagunas por las dificultades de lectura que encontró el paleógrafo, una versión terminada por Pineda y Bascuñán en 1673. Por un feliz hallazgo del señor Robert McNeil, archivero en los fondos manuscritos de la Bodleian Library de Oxford, estamos ahora en posesión de cuatro nuevos escritos de Pineda y Bascuñán, que giran alrededor del mismo tema central del Cautiverio Feliz y encuentran allí su cohesión. La "Suma" -llamada también aquí a veces "Recopilación"- es un resumen del Cautiverio, pero de una versión cuyo cuerpo total sigue perdido, versión datable de 1663. Y lo que se denomina "Epílogo" es lo que el autor denomina "Tratado... sobre los medios que pueden ser convenientes y eficaces para el fin último de esta guerra de Chile". Suma y Epílogo forman, con el Cautiverio una masa que filológicamente ha sido difícil de ir conectando interiormente, pero que es, coherentemente, la obra de una vida, proseguida por el autor a través de décadas alrededor de un mismo tema. El libro que aquí tenemos nos ofrece como el torso de una creación literaria en su largo desarrollo en el tiempo, para la mirada del historiador, ofrecen un testimonio de que el mundo criollo, ya bien constituido hacia mediados del siglo XVII, está lejos de conformar esa unidad absoluta de convicciones que siempre se supone existente en el mundo colonial anterior a la Ilustración. Es cierto que no faltan esos aspectos que podríamos llamar "unitivos": la piedad simple, demostrada en versos a la Virgen; la formación latina escolar de los jesuitas atestiguada en ensayos de traducción de poetas romanos; el barroquismo en la profusa erudición y en la composición; el sentido del honor y del linaje. Pero, debajo de ello, ¡cuántas tensiones o complejidades! La obra patentiza al criollo noble resentido contra los Gobernadores que ni premian sus servicios ni los de sus antepasados, que son extranjeros a la tierra, vocablo que simboliza el suelo y la sangre de los pobladores; nos muestra al hombre de armas crítico del letrado abogadil y del clérigo o religioso abusivo con los indígenas; al vasallo que se siente en el deber de denunciar al Rey los vicios de sus representantes, un Rey al cual se imagina, como en el género medieval de los "Espejos de Príncipes" como Padre, Pastor, Vicario de Dios. Y está, sobre todo, el asunto central del libro y de los escritos que aquí se editan. A través del breve relato de un cautiverio de apenas siete meses, se nos entrega una visión ennoblecedora de los indígenas, una visión idílica de sus costumbres y de su amor a la tierra patria, una exposición de los justos motivos que han tenido en sus luchas, una denuncia de los abusos de los antiguos conquistadores y encomenderos, y de los más actuales soldados y doctrineros. Con todo, no llega a una radical condenación al estilo de Las Casas, sino que más bien contempla y narra los encuentros, singulares en una guerra, de hombres heroicos a la vez que moderados con él, como lo son a veces temibles caciques o, del lado español, su propio padre, valeroso y magnánimo con los vencidos.