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experiencias del viaje

La llegada del ferrocarril y la implementación de vagones de pasajeros permitieron a un público diverso acceder a la posibilidad de desplazarse por el territorio nacional, viajar por turismo o trabajo, cambiar de ciudad o pueblo, e incluso fantasear con destinos desconocidos.

Eugenio Baeza, el protagonista de Lanchas en la bahía de Manuel Rojas, sueña con dejar su trabajo en la costa y cierra los ojos e imagina "trenes que parten" hacia otros destinos como estrategia evasiva de sus labores. La protagonista de La última niebla de María Luisa Bombal, percibe el viaje en tren como la posibilidad de reencontrarse con su amante y revivir aquella noche donde se sintió libre y feliz. El tren le ofrece una "sonrisa de esperanza", "una animación insólita" (Bombal, María Luisa. La última niebla, p. 75). También está el caso de Inés Echeverría Larraín, quien en su diario describe la experiencia del viaje como liberadora: "Los viajes me encantan, porque suspenden las imposiciones de la vida diaria, porque nos desligan de muchos majaderos, porque nos alejan de las cuentas y de otros compromisos peores. Al sentarme en el tren, me encuentro libre como una ave que escapa de la jaula" (Iris. Hojas Caídas, p. 160). Así, el viaje en tren representa libertad, de donde se deduce que el discurso del progreso efectivamente fundó un imaginario en torno al ferrocarril como vehículo hacia una vida mejor. Sin embargo, la crónica "Que se publique" de Jenaro Prieto, expone la salida de un grupo de deportados desde la estación. El tren, como medio de transporte oficial del Estado, es el vehículo ideal y confiable para llevar a cabo la privación de libertad de personas opuestas al gobierno.

Asimismo, el tren encarna la oportunidad concreta y accesible de migrar a la ciudad en busca de trabajo para aspirar a un mayor salario e imaginar "un futuro próspero". Aparece entonces un nuevo usuario del ferrocarril, ya no el burgués o aristócrata que viaja por negocios o por placer, sino el sujeto campesino y humilde que se enfrenta a la modernización y elige el emblema del progreso para entrar a la ciudad montado en sus propios órdenes.

Un personaje femenino de Las Quedadas de Juan Modesto Castro partirá desde Victoria, un pueblo del sur de Chile, a Santiago para buscar una vida mejor. Acabará siendo prostituta en el Barrio Estación Central. En la novela de Daniel Barros Grez llamada Las aventuras de cuatro remos, el personaje va desde Linares a Santiago. Parte desde su pueblo a caballo, pero se lo roban en Curicó y camina desde allí hasta Rancagua para poder pagar el pasaje en tren que lo lleve a la ciudad en busca de trabajo.

A su vez, el trayecto en ferrocarril, la velocidad del tren y la fragmentariedad con que se suceden los paisajes a través de la ventanilla, funciona como desencadenante de un viaje interior, en que el viajero se vuelca hacia la interioridad propiciando la autorreflexión. Ángel Heredia, protagonista de la novela Casa Grande de Luis Orrego Luco, viaja en tren a París y la meditación que lo ocupa tiene relación directa con un sentimiento opresivo de intranquilidad, un peso en la conciencia, un "malestar moral", "perturbaciones malsanas" que aparecen mientras "desfilaban de modo confuso los paisajes, campanarios y villorrios rústicos, sentía crecer el remordimiento de las malas acciones y, por fenómeno moral de que no acertaba a darse cuenta, quiso echar sobre Nelly esa misma responsabilidad que le abrumaba, con lo cual, por un momento, casi le parecía odiosa esa imagen adorada" (Orrego Luco, Luis. Casa Grande, p. 92). Lo mismo le ocurre a Andrés García de la novela Mercedes Urízar de Luis Durand, quien se vuelca hacia sus pensamientos en la evocación de su querida Mercedes. La contemplación del paisaje armoniza con la afección interna del personaje. Carlos Pezoa Véliz, en su poema "El tren", también desarrolla la imagen del paisaje en movimiento y la emocionalidad que detona en el hablante.