Luego de la independencia de Chile, una de las principales tareas emprendidas por el Estado fue la conformación del territorio nacional. El ferrocarril jugó un papel fundamental en este proceso. Por ello, junto con la ocupación de la Araucanía y la posterior incorporación de los territorios que se encontraban al sur del Bío-Bío, el Estado trazó vías férreas hacia las nuevas tierras integradas. En 1872, con la entrada en servicio del Ferrocarril que unió Concepción y Talcahuano, comenzó la penetración de este medio de transporte en la Araucanía (cf. Ramírez, Apolonia. Empresa de FFCC del Estado: un caso de privatización en democracia, p. 13).

En 1884, se aprobó el proyecto que propuso tender una línea por el valle central, desde Angol al Fuerte Victoria. La construcción comenzó de forma inmediata. Hacia 1888, la obra había avanzado hasta Collipulli, lugar donde los ingenieros debieron paralizar la construcción en espera de las piezas del Viaducto del Malleco. Dos años más tarde, Traiguén y Victoria se incorporaron a la red de los ferrocarriles del Sur.

El ferrocarril conectó a la región de la Araucanía con el resto del país, lo que no solo significó la llegada de personas y productos a la zona, sino que también, para algunos representó "la llegada de la civilización" a ese territorio (Flores, Jaime. "La Araucanía y la construcción del Sur de Chile, 1880-1950. El turismo y las vías de transporte", p. 8). Civilización y barbarie fue para Domingo Faustino Sarmiento (1881-1888), como señaló en su libro Facundo, una dicotomía propia de la cultura latinoamericana.

Por ejemplo, Luis Schmidt (1877-1959), quien fue Director General de Ferrocarriles, señaló en 1913 que con la extensión de la línea férrea, esta zona "inculta y cubierta de bosques ha pasado a ser por su progreso, su riqueza y su extensión, una de las zonas de que más se puede esperar el progreso futuro de nuestra patria" (Schmidt, 1913, p. 3). Sin embargo, la modernidad y progreso alcanzadas con la ocupación de la Araucanía siguen siendo tema de debate.