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Desarrollo artístico de Francisco Otta

La formación artística de Francisco Otta en Europa lo condujo por el camino del expresionismo figurativo, corriente estilística que acaparaba las preferencias de los jóvenes pintores europeos de la década de 1930. Durante esos años, Otta se dedicó principalmente a la creación de retratos de personas anónimas que representaban para él cierta tipología general que trascendía la individualidad. Su objetivo era "captar no solamente la fisonomía individual, sino que ojalá también la característica que pudiera tener en común todo el grupo étnico" (Otta, Francisco. Reminiscencias Azules y otras. Santiago).

A medida que Otta profundizaba su trabajo como artista gráfico independiente, aprendió a "sintetizar el motivo, eliminando lo superfluo", tendiendo cada vez más hacia la abstracción y el abandono del colorido natural. Según el crítico Pedro Labowitz, desde la década del sesenta la producción plástica de Francisco Otta se volcó a "un esquema de composición que se basa en fondos planos construidos por figuras geométricas -casi siempre rectángulos de cantos hasta cierto punto imprecisos" (en Otta, Francisco. Reminiscencias Azules y Otras. Santiago, Museo Nacional de Bellas Artes. 1999).