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Surgimiento del empresariado industrial

La década de 1860 fue de gran importancia para el desarrollo empresarial en el rubro industrial, tanto por la expansión de la producción de cobre, así como por el crecimiento de las exportaciones agrícolas, de materias primas y la inversión de capitales en áreas productivas necesarias para el consumo interno, lo que generó un primer ciclo de sustitución de importaciones para competir con los bienes manufacturados que llegaron desde el exterior.

Para desarrollar plenamente la industrialización capitalista en Chile fue necesario llevar a cabo profundos cambios sociales y culturales. Era necesario realizar la transición de una economía tradicional de carácter colonial hacia una moderna, para lo cual se requirió buscar experiencias a seguir, siendo la principal Gran Bretaña y su exitoso modelo industrializador, pero también era necesario realizar "reformas sociales profundas, pues como lo demostraban las experiencias de los países que ya transitaban por esa senda, era en esa dimensión en que debían verificarse las transformaciones decisivas y de mayor repercusión. Si el sistema fabril, junto con la ciencia y la democracia, eran las fuerzas que desde los puntos de vista económico, intelectual y político caracterizaban la evolución de las sociedades en camino hacia la modernidad, un tránsito efectivo requería de cambios profundos en los sistemas de tenencia de la tierra, en las relaciones sociales de producción e, inevitablemente, en el manejo del poder político" (Ortega, Luis. Chile en ruta al capitalismo. Cambio, euforia y depresión. 1850-1880. Santiago: LOM, 2005, p. 27).

Esos cambios se generaron en la medida en que se produjo una transferencia de capitales desde la agricultura, la minería y el comercio, hacia la inversión en establecimientos fabriles en las principales ciudades del país. Así, aparecieron sociedades anónimas, compañías y empresas que llevaron a cabo la tarea de industrializar la economía nacional. Esas inversiones resaltaron en rubros como el de bebidas y alcoholes, productos alimenticios y procesados, cerámicas y vidrios, textiles y vestuario, papel, procesamiento de madera, piezas y repuestos para maquinaria industrial, entre otros.

Sobre la necesidad de competir con las importaciones extranjeras, en 1883 el empresario y funcionario público Román Espech escribió que: "Chile necesita ser industria, porque sus consumos de artefactos, susceptibles de ser fabricados en el país, representan más de la mitad de las importaciones y es preciso descargar al intercambio, en lo posible de todos aquellos que nos impongan una mayor exportación de metálico, a fin de nivelar el cambio y restablecer a nuestra moneda su verdadero valor. Necesita ser industrial para dar a su riqueza una base sólida que la aparte de ser juguete del monopolio y la preserve de los vaivenes caprichosos de la suerte o la especulación. Chile puede ser industrial porque posee todos los elementos materiales y está en las mejores condiciones para serlo: tiene el desierto del Norte, abundante en sustancias minerales y productos químicos propios para la industria; tiene la región del Sur, con vírgenes bosques, sus terrenos carboníferos y su agricultura, que puede suministrar abundantes materias industriales; tiene su población compuesta de una raza inteligente, fuerte y tan propia para las tareas fabriles, como pocas naciones la posee y, finalmente, puede ser industria porque su formación geográfica le da todas las ventajas deseables para producir barato como cortas distancias, fuerza motriz hidráulica y numerosos puertos en toda su extensión" (Espech, Ricardo. La industria fabril en Chile: estudio sobre el fomento de la industria nacional presentado al Ministerio de Hacienda (1883). Santiago de Chile: Cámara Chilena de la Construcción: Pontificia Universidad Católica de Chile: Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos, c2012., p. 29).

Luego de la Guerra del Pacífico, la industria nacional aumentó en número, debido a la necesidad de abastecer a las regiones explotadores de salitre en el norte del país, lo que generó una intrínseca relación entre la industria manufacturare y la industria minera hacia finales del siglo XIX.

El Boletín de Estadísticas Industriales de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA, 1883) detallaron anualmente y por regiones y ciudades las diferentes áreas en que el empresariado nacional desarrolló su actividad fabril. Así, se destacó una lista de categorías entre las que se encontraban: la alimentación, alumbrado público y privado, alfarería y vidriería, bebidas y espirituosos (alcoholes), carrocería (ferrocarriles), elaboraciones en madera, manufacturas en metales, materiales de construcción, materiales para textiles y confecciones, papeles e impresos, pieles y peletería, sustancias químicas y farmacéuticas, y otras industrias diversas como escobas y escobillas, tabaco y cigarros, cartuchos, instrumentos de música, calzado, artículos eléctricos, cerámica y menaje, muebles, entre otros. En el caso de específico de Santiago, las industrias que se ubicaron en las periferias de la antigua ciudad fueron recopiladas por Mariano Martínez en su publicación Industrias santiaguinas: industrias y manufacturas nacionales (1896).

Otro importante catastro de empresas, industrias y establecimientos productivos del siglo XIX en Chile, fueron las recopilaciones del periodista y secretario de la SOFOFA, Julio Pérez Canto (1867-1953), en los que es posible apreciar la diversidad de rubros en los que el empresariado participó. En dichos textos aparecen resaltados, por ejemplo, establecimientos de capitales nacionales y extranjeros como la fundición y fábrica de maquinarias Lever Murphy y Cía., establecimiento ubicado en Caleta Abarca y que para 1890 se encontraba fabricando puentes para su instalación en diversos puntos del país, ferrocarriles y partes de buques, entre otras actividades; la fábrica de carros de ferrocarril de Brower, Hardie y Cía. en Valparaíso; la fundición Balfour Lyon y Cía.; la fábrica de camisas de Juan Matas; la fábrica de fideos y chocolates de Francisco Zanetti; varias fábricas de cervezas y licores; el molino de Diego A. Sutil en Santiago, entre otros.