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adquirir El Mercurio de Valparaíso

El dueño del diario y la imprenta de El Mercurio de Valparaíso era el tipógrafo español Manuel Rivadeneira cuando, en 1842, José Santos Tornero se hizo de la propiedad de ambos. En ese momento, El Mercurio -aún sin edición capitalina- era el único diario del país (El Araucano, periódico oficial, circulaba solo una vez por semana), pero no por ello constituía un negocio de rentabilidad asegurada. En su libro de memorias, Reminiscencias de un viejo editor, Tornero detalla el flujo de ingresos del diario, y explica que "El Mercurio, cuando yo lo adquirí, sólo contaba con una muy modesta clientela de suscriptores al precio de tres pesos al mes. Los números sueltos se vendían a un real (12 ½ centavos). Los avisos eran la principal entrada del público, por los que cobraba, no pasando de diez líneas, un peso por las tres primeras inserciones, y un real por cada una de las siguientes. Pero su principal entrada, lo que, puede decirse, lo sostenía, era la suscripción del Gobierno para distribuir a las oficinas" (p. 15).

La propiedad del diario y la imprenta coronarían el persistente interés de Tornero por los libros y el oficio de editor, pero el sinfín de dificultades que enfrentó en el cargo lo hizo escribir, más tarde, que tomó a su cargo El Mercurio "sin apercibirme de que entraba en una senda llena de espinas y abrojos que me habría de ocasionar muchos disgustos, contrariedades y compromisos" (p. 16). Entre estas "espinas" debe considerarse el incendio que se verificó el 15 de marzo de 1843 en Valparaíso, a raíz del cual perdió por completo el edificio en el que se albergaba no solo la imprenta, sino también su propia casa-habitación. El siniestro obligó a suspender la publicación del diario hasta el día 24 de marzo. "El incendio del 15 de marzo tuvo para mí terribles resultados, dejándome completamente arruinado, con una deuda muy superior a los valores de que podía disponer" (p. 46), escribió más tarde. Antes que ceder sus bienes, como se le aconsejó, Tornero escribe que "Preferí hacer frente a mi angustiosa situación, proponiéndome pagar íntegramente todo lo que debía, como felizmente pude hacerlo" (p. 46).

Las presiones de ciertos funcionarios de gobierno y los entonces llamados "juicios de imprenta", según los cuales, el editor de un periódico debía comparecer ante la ley como responsable de cualquier información allí impresa que alguien más considerase injuriosa, fueron otros de los malestares que Tornero recuerda en sus memorias. En 1864, tras 22 años a cargo, el riojano cedió su lugar en El Mercurio a dos de sus hijos, Recaredo y Orestes León.