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La primera mitad del siglo XX

La contaminación en la primera mitad del siglo XX mantuvo la tendencia de la centuria anterior, en tanto fue un fenómeno vinculado al crecimiento de la urbe. En ese sentido, hacia fines de 1916, a través de El Mercurio de Santiago, el Consejo Superior de Higiene denunciaba que "el aire de las ciudades es impuro y más aún [...] la superficie del suelo se carga de productos nocivos provenientes de las cloacas, del humo de las chimeneas, del desarrollo de vapores de las diferentes industrias. Además de estas alteraciones determinadas por los productos químicos, el aire contiene partículas de polvo de todas clases".

La acelerada concentración de la población del país en la capital se hizo evidente cuando entre 1870 y fines del siglo ésta se duplicó. Tal escenario afectó en forma directa en el crecimiento del suelo urbano de Santiago, llegándose entre 1872 y 1915 a poseer el doble de espacio urbano. En 1930, el territorio ocupado por la ciudad era de 6.500 hectáreas, en 1960 de 20.900 y en 1980 alcanzaba las 38.296 hectáreas. De este modo, el problema de la contaminación se fue asociando cada vez más con la planificación urbana, lo que implicó un debate que se tradujo en diversas leyes dictadas sobre la materia, entre las cuales destacan: la N° 2203 de 1909; la N° 4563 de 1929; el Decreto con Fuerza de Ley de 1931 (primera ley General de Urbanismo y Construcciones) y el Decreto con Fuerza de Ley N° 224 de 1953.

Durante gran parte de la primera mitad del siglo XX y en el contexto del acelerado incremento de la urbanización, se discutió en torno a la ubicación de las industrias en la ciudad, lo que en muchos casos era sinónimo de contaminación en barrios residenciales. De esta suerte, en 1935 se recomendaba ubicarlas "de preferencia al lado opuesto de los vientos dominantes con el objeto de evitar que el aire contaminado por las industrias atraviese la ciudad". Si bien el problema se mantuvo con el tiempo, un nuevo instrumento de planificación urbana, el Plan Intercomunal de Santiago (1960) vino a ordenar su posición, determinando zonas de ocupación específicas. Éste definió amplias áreas verdes para el uso público, destinadas "al esparcimiento de la población y al saneamiento ambiental, prohibiéndose toda construcción ajena a ese propósito". En esta línea, se definieron los parques comunales e intercomunales.

En la segunda mitad del siglo XX, el continuo desarrollo de la ciudad agudizó el problema de la contaminación, llevándola a transformarse en un fenómeno endémico de la modernización y crecimiento urbano. El 3 de agosto de 1962 El Mercurio de Santiago escribía: "El peligro de Santiago está pues en la permanencia de esta capa de aire contaminado, lo que hace más urgente el tratar de purificarla". Sólo once días después, el mismo periódico estimaba que "la masa de aire sucio sólo se desplaza dentro de un área determinada y no la abandona jamás".