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a los niños

"-Señor, aquí traigo el chico.

Los ojos penetrantes del capataz abarcaron de una ojeada el cuerpecillo endeble del muchacho. Sus delgados miembros i la infantil inconsciencia del moreno rostro en el que brillaban dos ojos muy abiertos como de medroza bestezuela, lo impresionaron desfavorablemente, y su corazón endurecido por el espectáculo diario de tantas miserias, experimentó una piadosa sacudida a la vista de aquel pequeñuelo arrancado a sus juegos infantiles y condenado, como tantas infelices criaturas a languidecer miserablemente en las húmedas galerías, junto a las puertas de ventilación. Las duras líneas de su rostro se suavizaron y con fingida aspereza le dijo al viejo que muy inquieto por aquel es examen fijaba en él una ansiosa mirada:

- ¡Hombre! este muchacho es todavía es muy débil para el trabajo. ¿Es hijo tuyo?

-Si, señor,

-Pues debías tener lástima de sus pocos años y antes de enterrarlo aquí enviarlo a la escuela por algún tiempo.

- Señor - balbuceó la voz ruda del minero en la que vibraba un acento de dolorosa súplica - somos seis en casa y uno solo el que trabaja, Pablo cumplió ya los ocho años y debe ganar el pan que come y, como hijo de mineros, su oficio será el de sus mayores que no tuvieron nunca otra escuela que la mina."(Baldomero Lillo, "La compuerta número 12", Sub terra: cuadros mineros. Santiago: Impr. Moderna, 1904 221 p. 23 - 24 pp.)