En el transcurso del siglo XX, las formas de crianza tendieron a verse influidas por modelos cada vez menos autoritarios. Los nuevos enfoques pedagógicos llevaron a cuestionar la coerción y el castigo físico como métodos educativos y ayudaron a desentrañar las complejidades de la mente del niño. A comienzos de siglo, en algunas familias de clase alta el niño adquirió más poder transformándose, muchas veces, en el verdadero "rey de la casa".

Los pediatras, por su parte, comenzaron a enseñar la manera en que las madres debían asegurar el desarrollo normal de la infancia. Uno de los objetivos que se propusieron fue desplazar la extendida práctica del uso de nodrizas de pecho en la clase alta, aunque su prioridad estuvo volcada hacia los sectores populares. Por ello, dieron apoyo técnico a las "gotas de leche" que algunas damas de la alta sociedad habían creado para paliar las insuficiencias alimenticias derivadas de la pobreza. Adicionalmente, a través de la distribución masiva de cartillas de puericultura se enseñó a las madres pobres la forma en que debían cuidar los mínimos detalles del crecimiento de sus hijos. La pediatra Cora Mayer fue una de las más entusiastas divulgadoras en estos temas, en particular con el apoyo que dio a las Ligas de Madrecitas en las escuelas primarias.

La difusión y el control de esta enseñanza quedaron a cargo de nuevas profesionales como las visitadoras sociales y las enfermeras sanitarias. En los años cuarenta, muchos establecimientos fabriles contaban con departamentos de bienestar que estimulaban estas prácticas de "buena maternidad", mientras que el Estado hacía lo suyo, con instituciones de protección a la maternidad y a la infancia.

Los fenómenos sociales también contribuyeron a cambiar las prácticas de crianza, como fue el caso de la expansión de la cultura de masas, a través del cine, la radio y la televisión; la difusión de nuevos enfoques en sicología infantil; la ampliación de la participación laboral de la mujer y la reducción en el tamaño de la familia.