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desorden y bajo nivel artístico

La recepción que tuvieron las primeras funciones de ópera montadas en Chile quedó plasmada en las críticas y comentarios que intelectuales como Andrés Bello publicaron en el diario El Mercurio y El Araucano. Gracias a estas notas sabemos que, si bien el idioma convencional para el género era el italiano, algunas partes de estas óperas se cantaban en castellano (Cánepa, p. 13). En medio de las óperas se insertaban episodios de cueca, números de cantoras tradicionales y otros entreactos, que -en muchos casos- sufrían la reprobación del público. Había gran desorden en la preparación de los espectáculos y, por lo tanto, se dejaba un gran margen para la improvisación. No existía un coro estable: este se conformaba, eventualmente, con tonadilleras de eventos, cantantes de la Catedral, cantores a lo humano, y otras personas de diversa procedencia. Hacia 1831 la orquesta, dirigida por José Zapiola, contaba entre sus instrumentistas a Manuel Robles, autor del primer himno nacional, Francisco Guzmán en violines, Eustaquio Guzmán en violoncello, Gustavo Herber en fagot y Sivori en el contrabajo, entre otros (Cánepa, p.15).

Una de las razones de la mala calidad de muchos montajes operáticos que se realizaron hasta mediados del siglo XX, fue que los cantantes extranjeros visitaban Chile cuando estaban apenas iniciando sus carreras o, bien, en el ocaso de estas. Esta realidad cambió una vez que despuntaron las primeras generaciones de cantantes nacionales con experiencia en escenarios extranjeros, hecho que contribuyó a mejorar la calidad de las temporadas de ópera en el país a partir de 1940, aun cuando los títulos continuaron repitiéndose en demasía, flaqueza que persiste hasta hoy.