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novela de aprendizaje

En el artículo "Alberto Fuguet, un (in)digno descendiente de una buena tradición" la académica María Nieves Alonso sostiene que su novela Mala onda (1993), junto a Un idilio nuevo (1900) de Luis Orrego Luco, El crisol (1913) de Fernando Santiván, El roto (1920) de Joaquín Edwards Bello, Un perdido (1917) de Eduardo Barrios, Los hombres oscuros (1939) de Nicomedes Guzmán, Martín Rivas (1861) de Alberto Blest Gana e Hijo de ladrón (1951) de Manuel Rojas, "se inscribe en el corpus de novelas chilenas de aprendizaje y formación del héroe. [...] Esto porque aparte del valor e interés narrativo, señalado reiteradamente, [...] a través de sus héroes, muestran la profunda transformación de los valores sociales que el héroe busca, adquiere y afirma" (p. 8).

Alonso observa que "los héroes de Martín Rivas e Hijo de ladrón viven procesos que les permiten iniciar, o estar listos para iniciar, un proyecto de vida, incorporándose, en el primer caso, en plenitud al centro social y al poder burgués y, en el otro, a un grupo --'colectivo' se diría hoy-- con el cual continuar y compartir una andadura y una ideología" (p. 8). En estas novelas se aprecia el proceso de formación del héroe de Joseph Campbell, las secuencias, personajes y acciones que Susan Suleiman define para los relatos de aprendizaje y los rasgos del héroe novelesco propuestos por George Lúkacs. En general, un héroe emprende un viaje por un lugar físico o sicológico, por el cual tendrá que verse enfrentado a ciertos obstáculos y pruebas que sorteará con ayuda de personajes auxiliares o, bien, valiéndose de su propia pericia.