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El deporte en la obra de Fernando Alegría

Boxeo, fútbol, maratón e hípica son los deportes que trata Fernando Alegría en su obra. Un combate de box es el que abre y cierra la novela Los días contados (1968); el maratón y el fútbol quedan plasmados en La maratón del Palomo (1968) y en el cuento "A veces, peleaba con su sombra"; la hípica, por su parte, es desarrollada en la novela Caballo de copas (1957).

En Los días contados Victorio es un boxeador surgido de un barrio pobre de Santiago, un personaje que a juicio de Hernán del Solar, "no es sino uno de tantos seres anónimos, nada heroico, peón del juego a que la vida se entrega en la novela" ("Fernando Alegría, 'Los días contados'". El Mercurio, Valparaíso, 3 de junio, 1969). Tato, su entrenador, lo aconseja, le explica el significado de la vida y del boxeo: "Cómo van a ser pugilistas los atorrantes que crecieron con hambre, que nunca tomaron leche, que en vez de carne chupaban huesos recogidos del suelo en la Vega. Sangre de ulpo o sangre de vino" (Alegría, Fernando. Los días contados. México: Siglo XXI, 1968, p. 8). Esta novela representó para el mismo Alegría la obra en que "más cerca he llegado a un estilo personal. Quiero decir que en ella hay una imagen muy auténtica de lo que ha sido mi vida a través de una realidad en apariencia intrascendente: la del boxeador, sus dos mujeres y el maratonista" ("La maratón de Fernando Alegría". Ercilla, número 1773, 11 de junio, 1969, p. 53).

En La maratón del Palomo, Alegría toma como punto de partida a un personaje secundario de Los días contados, Palomo, "ser de enardecidas plumas, suave y silencioso" (Alegría, Fernando. La maratón del Palomo. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1968, p. 42), quien trota junto a Victorio.

En la novela Caballo de copas, un chileno en California junto con el jinete Hidalgo (alias "el Siete Millones") compran el caballo "González"; un caballo que, en un momento de la vida del protagonista y narrador, "fue eje central" (Alegría, Fernando. Caballo de copas. Santiago: Zig-Zag, 1957, p. 8), "grande en sus bondades y admirable en su desamparo" (p. 11).

Respecto de la hípica el autor sostiene que quien asista a una carrera "armado de lógica aprenderá muy pronto una lógica mejor: la del absurdo. Nunca se pierde la simpatía por este deporte. Lo que se pierde es la camisa. (…) En cuanto a la pasión del juego, creo que no es una pasión, sino una emoción para la que hay que prepararse con celo, paciencia, devoción, espíritu de sacrificio y mucha plata" ("La maratón de Alegría", p. 52).