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Seguridad

El proceso de transición desde una ciudad colonial a una urbe moderna, industrial y capitalista, donde destacó la infraestructura ostentosa y los espacios públicos como plazas y parques especialmente diseñados para las clases acomodadas, dejó en evidencia importantes diferencias sociales que se agudizaron con el tiempo, entre ellas, la marginación de un grupo de la población que ni siquiera logró proletarizarse.

Estos sujetos fueron víctimas de estos cambios, pero al mismo tiempo, muchos de ellos decidieron tomar caminos alternativos a la integración en el proceso de cambio social, económico y material que ocurrió en Santiago desde 1850 en adelante. Los sujetos que por diversos motivos no se integraron al nuevo sistema, se ubicaron en las denominadas zonas de vulnerabilidad y de desafiliación social, es decir, en los margenes simbólicos y materiales de la ciudad. Entre estos últimos, los que más destacaron fueron aquellos sujetos -hombres, mujeres y niños- que se resistieron al disciplinamiento que implicó la proletarización y el trabajo asalariado en las fábricas. La marginalidad social caracterizó también a quienes la consideraron como "una alternativa u opción de vida. Opción que por lo demás representaba una amenaza para el proyecto de modernización de la elite, frente a la cual se recurriría a una serie de estrategias disciplinantes" (Ayala, Ignacio. "Marginalidad social como "red de redes". Ladrones, prostitutas y tahúres en Santiago y Valparaíso, 1900-1910". En Palma, Daniel. Delincuentes, policías y justicia. América Latina, siglo XIX y XX. Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2015, p. 117).

Muchos de los habitantes de los barrios marginales de Santiago realizaron actividades no reguladas laboralmente e incluso fuera de la ley, entre estos la mendicidad, el comercio ambulante de productos legales o ilegales, la prostitución, el robo -sobre todo el robo o salteo en la vía pública y a la propiedad privada en casas o moradas- e incluso la estafa callejera.

Al principio las autoridades identificaron y relacionaron el aumento de los actos delictuales con la llegada de población migrante desde el sur del país, sin embargo, estas actividades se volvieron cotidianas y normales con el correr de los años. Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, los barrios marginales fueron identificados como el hogar de los más peligrosos delincuentes de la ciudad, siendo los sectores estigmatizados los de Bellavista y La Chimba al norte del río Mapocho, los barrios cercanos a la Avenida Matta o Camino de Cintura Sur, el Barrio Franklin, las cercanías del matadero y la población Chuchunco en los alrededores de la Estación Central de Ferrocarriles (Palma, Daniel. Ladrones. Historia social y cultural del robo en Chile, 1870-1920. Santiago: LOM, 2011, p. 65-67).

El hacinamiento y la falta de servicios higiénicos, como alcantarillado y agua potable, convirtieron a los barrios marginales en núcleos de contagio de diversas enfermedades, incluyendo las de transmisión sexual que, según el doctor Adolfo Murillo Sotomayor (1840-1899), fue una de las principales causas de muerte de la población en sectores urbanos, junto con la mortalidad infantil. Respecto a esto último, la falta de servicios médicos permitió el contagio de enfermedades que eran posibles de controlar a través de la vacunación, mientras que las muertes por falta de atención en el parto se pudieron evitar en gran medida por la implementación de la obstetricia.

Tanto para el caso de la delincuencia como para el de la salubridad pública, la respuesta de las autoridades fue de carácter institucional. En el primer caso, se implementó un servicio de policía urbana para controlar los robos y asaltos, además de levantar cárceles cercanas a los barrios marginales. Incluso, muchos de los delincuentes fueron derivados a la Casa de Orates, debido al diagnóstico entre ellos de enfermedades mentales, incluyendo el alcoholismo. En el caso de la salud, a través del discurso higienista, los médicos lograron que los hospitales, las casas de caridad y los hospicios se construyeran en esos barrios, con la finalidad de atacar de raíz los males que aquejaban a la población.

Estos sujetos marginalizados vivieron en espacios donde "carecían de condiciones de higiene elementales, no tenían tampoco aptitudes morales [según la elite] como para ser considerados miembros de una comunidad civilizada y, por lo tanto, no poseían capacidad de trabajo, viviendo la mayoría de las veces, del producto del delito. No extrañará a nadie que tanto las cárceles y la penitenciaría, edificios levantados en los sectores más miserables de la ciudad, así como hospitales, hospicios y lazaretos, hubiesen sido creados exclusivamente para los elementos sociales que reunían los requisitos indicados como constitutivo o característicos del proletariado urbano" (Ramón, Armando de. "Santiago de Chile, 1850-1900: Límites urbanos y segregación espacial según estratos". En Revista paraguaya de sociología, Paraguay: Asunción, Número 42/43, 1978, p. 260).