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Memorias del tiempo viejo

Memorias del tiempo viejo es una de las obras monumentales más panorámicas dentro del género de las memorias nacionales. Ya sea por la diversidad de los temas que desarrolla, la profundidad con que penetra en ellos o la amplitud del período que expone, esta obra es representativa de los modos de acercamiento a la historia nacional, desde un punto de vista subjetivo que parte de lo cotidiano. La obra trata el periodo que va de fines del siglo XIX a casi toda la primera mitad del siglo XX.

Memorias del tiempo viejo de Luis Orrego Luco comienza con una mirada a su mundo más personal e infantil, el vecindario y el modo de celebrar las fiestas de su época: Navidad, Semana Santa y Fiestas Patrias. Sin embargo, en la medida en que la obra avanza, comienza a plagarse de momentos y personajes notables de Chile, como por ejemplo cuando se dicta la ley del matrimonio civil y los cementerios laicos o las maniobras diplomáticas en torno a la Guerra del Pacífico.

Asimismo, se detiene en el retrato de personajes de la época como Diego Barros Arana, el Presidente Balmaceda, Sarah Bernhardt, Alberto Blest Gana, Rubén Darío, Benjamín Vicuña Mackenna, el rey Carlos de Portugal, el presidente Domingo Santa María, de quien dirá: "Domingo Santa María, fue uno de los políticos más eminentes que ha tenido Chile. Hombre de resolución y energía, en extremo perspicaz, de inteligencia finísima. Fue un diplomático incomparable, y tuvo en varias ocasiones importancia decisiva en la historia nacional. Cuando se produjo el conflicto con Bolivia en el año de 1879, en el momento en que las tropas chilenas y el acorazado Cochrane audazmente ocuparon el puerto de Antofagasta, esas medidas enérgicas fueron inspiradas por dos hombres: don Belisario Prats y don Domingo Santa María" (Orrego Luco, Luis. Memorias del tiempo viejo. Santiago: Universidad de Chile (Universitaria), 1984, p. 66). Así, en el caso de Alberto Blest Gana no solo se da el lujo de poner en boca del propio escritor el proceso de gestación de la novela Los trasplantados, sino que también nos da un bosquejo de la personalidad del autor, más allá del mito de las letras nacionales: "Don Alberto Blest Gana tenía un aspecto muy diplomático, muy segundo imperio: distinguido, elegante, ceremonioso y frio, pero afable. Su cabello peinado hacia delante, derramándose sobre la frente y las sienes, le daba un sello especial, era galante y muy atento con las damas" (p. 412).

Los hechos históricos de contingencia nacional también son retratados en esta obra; de entre tantos, quizá llame la atención por su dramatismo la guerra civil de 1891. Describe al presidente Balmaceda como ciudadano privado y como político, propone el análisis de los hechos y compone una lectura que intenta ser objetiva, ya que aún siendo un radical opositor a Balmaceda, lo trata con dignidad y respeto. En su evocación póstuma, dice de él: "Balmaceda no tenía el tono imperativo ni la dureza que caracterizan a los dictadores. Dejaba siempre una impresión de suavidad. Por eso creo que su muerte fue el digno fin de su epopeya política. Nunca fue tan grande como en la hora de su muerte. Creo que cometió todos sus errores políticos movido por un concepto personalísimo de la dignidad presidencial (…) El tremendo drama de la revolución, que vivimos sus actores y contemporáneos, tuvo con la muerte de su actor principal un epílogo de tragedia griega" (p. 400)

La magnitud y riqueza de Memorias del tiempo viejo es patente, la narración de sus viajes, la admiración por los objetos de arte y la arquitectura, la evocación de la ópera nacional o del Club de la Unión, permiten ver tras el texto una época y una sociedad lejana, que aún pervive en la obra de Orrego Luco.