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Primer año en Rangoon

Durante su primer año en Rangoon, Neruda suplió la soledad en parte con un intenso romance que tuvo con una birmana llamada Jossie Bliss. El idilio se extendió por unos meses, tiempo en que ella se tornó totalmente extraña. Así lo relata Neruda en sus Memorias: "la dulce Josie Bliss fue reconcentrándose y apasionándose hasta enfermar de celos... A veces, de noche, me despertaba la luz encendida y creía ver una aparición detrás del mosquitero. Era ella, apenas vestida de blanco, blandiendo su largo cuchillo indígena, afilado como una navaja de afeitar, paseándose por horas alrededor de mi cama sin decidirse a matarme. Con eso, me decía, terminarían sus temores. Al día siguiente preparaba curiosos ritos para asegurar mi fidelidad" (Aguirre, Margarita. Las vidas de Pablo Neruda. Santiago: Zig-Zag, 1967, p. 170).

El romance terminó cuando Neruda fue trasladado a Colombo. Sin avisarle, partió a su destino dejando su ropa y sus libros. Apenas zarpó el barco a Ceylán comenzó a escribir su poema "Tango del viudo".

Tiempo después ella llegó hasta esa ciudad, instalándose en una casa frente a la del poeta: "Inesperadamente, mi amor birmano, la torrencial Josie Bliss, se estableció frente a mi casa. Había viajado hasta allí desde su lejano país. Como pensaba que no existía arroz sino en Rangoon, llegó con un saco de arroz a cuestas, con nuestros discos favoritos de Paul Robeson y con una larga alfombra enrollada. Desde la puerta de enfrente se dedicó a observar y luego a insultar y agredir a cuanta gente me visitaba, consumida por sus celos devoradores, al mismo tiempo que amenzaba con incendiar mi casa. Recuerdo que atacó con su largo cuchillo a una dulce muchacha inglesa que vino a visitarme" (Aguirre, Margarita. Las vidas de Pablo Neruda. Santiago: Zig-Zag, 1967, p. 172).

La coexistencia se volvió imposible hasta que un día Jossie Bliss decidió partir. Neruda la fue a dejar al barco, donde ella lloró amargamente: "Como en un rito me besaba los brazos, el traje, y, de pronto, bajó hasta mis zapatos, sin que yo pudiera evitarlo. Cuando se alzó de nuevo, su rostro estaba enharinado con la tiza de mis zapatos blancos. No podía pedirle que desistiera del viaje, que abandonara conmigo el barco que se la llevaba para siempre. La razón me lo impedía, pero mi corazón adquirió allí una cicatriz que no se ha borrado, aquel dolor turbulento, aquellas lágrimas terribles rodando sobre el rostro enharinado, continúan en mi memoria" (Aguirre, Margarita. Las vidas de Pablo Neruda. Santiago: Zig-Zag, 1967, p. 172-173).