En un artículo firmado por Yedra en junio de 1908 -inserto en el periódico obrero socialista La Palanca- podemos encontrar los inicios de la discusión sobre el control de la natalidad desde una postura crítica al pronatalismo médico y la defensa de éste como fin último en la vida de las mujeres. En este sentido, el control de la fecundidad fue considerado una herramienta de liberación, por lo tanto un derecho que permitía a la mujer decidir sobre su cuerpo y convertir la maternidad en una experiencia voluntaria, no mediada por intereses ajenos que alentaban la procreación, principalmente de las mujeres de la clase obrera, con fines económicos y religiosos. Esta visión quedó de manifiesto en la conferencia que realizó Clara de la Luz (al parecer un seudónimo) en el Centró Demócrata de Santiago en mayo de 1913, sacando a la luz pública las limitaciones sociales y políticas existentes en torno a la maternidad.

Para estas mujeres, el control de la fecundidad y la planificación familiar permitirían acabar con la subordinación moral y económica de las mujeres. El discurso moral de la época dictaba que el conjunto de las mujeres debían tener como único fin en sus vidas la realización de la maternidad. En el caso de las mujeres populares, las feministas veían en el derecho al control de la fecundidad, además, una emancipación económica, moral y social ya que se les liberaría de la exclusión, la miseria y criminalización, puesto que frecuentemente no contaban con métodos anticonceptivos efectivos y debían acudir al aborto clandestino, profundizando su condición de pobreza y marginalidad.

La visión sobre la "emancipación biológica" como carta de ciudadanía se profundizó con la consolidación del movimiento feminista en la década del treinta a través del MEMCH, y reapareció como tema fundamental en los años sesenta con el impacto de los métodos anticonceptivos y la llamada "revolución de la píldora" que modificó fuertemente las experiencias de las mujeres con respecto a su cuerpo y su sexualidad.