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Los Pastene y los Cortés

La familia Pastene, según señala el historiador Eduardo Cavieres en su libro La Serena en el S. XVIII: las dimensiones del poder local en una sociedad regional (Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1993), utilizó favorablemente las mercedes de tierra, los mecanismos de la herencia, los vínculos matrimoniales, los contratos de compraventa, donaciones, posturas en remate, derechos de prelación como acreedores en litigios de liquidación de bienes; además de sus posiciones políticas y sociales en funciones públicas del cabildo, la policía y la burocracia local. En base a estas relaciones lograron conformar una extensa red de propiedades que se consolidaron en 1671, con Jerónimo Pastene el viejo, quien reconoció ocho hijos, de los cuales cinco fueron legítimos. El mayor, Jerónimo el mozo, continuó al frente de la familia; dos de sus hermanos fueron religiosos; otra hermana, aunque casada, no tuvo descendencia y la restante, al casarse, derivó a sus hijos hacia la sucesión de la familia de su esposo. En cuanto a los hermanos ilegítimos la mayor creció en casa de su padre, pero luego se le apartó de los bienes y terminó estableciéndose fuera de la región. Así, sus dos sucesores fueron Jerónimo (el tercero) y Bartolomé, quienes no lograron mantener la fortuna familiar debido a las altas cargas censales y el fracaso en importantes inversiones mineras, lo que terminó por derribar el verdadero imperio regional, alcanzado por su abuelo décadas atrás.

Los Cortés se relacionan con los orígenes de la sociedad chilena. En la región de La Serena, a mediados del s. XVII, alcanzaron notoriedad a través de sus desempeños militares y de funciones públicas. Pedro Cortés poseía casa y solar en La Serena, la Estancia de Guana, la Chacra Quilacán, el asiento minero de Los Choros, las haciendas de Guanilla y La Laja en el Limarí, además de la Estancia de Piedra Blanca en el Valle de Choapa. Su mujer aportó la Hacienda de Copiapó, la Chacra de Cutún en el mineral de Talca y la Estancia de Lagunillas y, posteriormente, se agregó a su fortuna la Estancia del Pangue, entre Camarones y Caldera. En 1696 obtuvo el Título de Castilla del Marquesado de Piedra Blanca de Guana y Guanilla. En 1713, para mantener parte importante de las propiedades a favor de sus sucesores en el Marquesado, fundó un gran vínculo sobre las posesiones de Guanilla, Piedra Blanca, La Laja y Quilacán.

Como era usual en la época, Pedro Cortés contrajo matrimonio motivado por la gran importancia social y económica de su mujer, que era estéril. Por ello, sus descendientes fueron dos hijos naturales y sus bienes pasaron a su sobrino el General Diego Montero y Cortés, quien también hizo un gran matrimonio, pero tampoco tuvo descendientes directos. Con el tiempo, los bienes pasaron a otro sobrino, don Victorino Montero del Águila, quien fue impugnado legalmente, favoreciendo la situación a un primo en segundo grado del primer Marqués, en un momento de avanzada edad y estado demencial. En estas circunstancias el poderío familiar se desplomó y las propiedades afectadas se dispersaron. Como lo señalaba un documento de la época, lo que quedó fueron los sueños devastados por la sequía, los montes cubiertos de chañares y algarrobos, los ranchos de quincha y paja, la capilla con el ara rota, las tinajas vacías de la curtiembre y el horno apagado de la fragua. Sólo escaparon al derrumbamiento de la antigua riqueza, los esclavos negros donados por don Pedro a su esposa, las pilas de cordobanes y los clavos de las herraduras.

El historiador Eduardo Cavieres señala que a medida que el tiempo y las generaciones fueron pasando, las familias de los antiguos hacendados encomenderos redujeron su prestigio vinculado a las antiguas relaciones señoriales y debieron adecuarse a las nuevas circunstancias, compartiendo el poder con otras familias o con comerciantes enriquecidos a través de sociedades y matrimonios.