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Diego Portales

Durante las primeras décadas del siglo XX, los intelectuales de tendencia nacionalista realizaron una severa crítica al sistema parlamentario, que era visto como fuente de inestabilidad política y freno al desarrollo nacional. Los intelectuales nacionalistas, entre los que destacaron Francisco Antonio Encina y Alberto Edwards, propugnaron una autoridad presidencial fuerte y autoritaria que se impusiera por sobre los partidos políticos e hiciera avanzar al país en un rumbo modernizador. En su crítica a la democracia liberal, buscaron en el pasado hasta encontrar la personalidad de Diego Portales, el ministro conservador que un siglo antes había impuesto el orden y la autoridad estatal sobre las elites.

Los ensayos de Encina y Edwards, Portales (1922) y la Fronda aristocrática (1928), respectivamente, lo convirtieron en el genio político ordenador del país, interpretándolo bajo una orientación autoritaria y nacionalista, muy cercana al fascismo.

Los ideales portalianos de los nacionalistas tenían un sesgo reformista y modernizador, y un marcado carácter antioligárquico. Sin embargo, durante la década de 1930 el nacionalismo fue poco a poco derivando hacia el anticomunismo, lo que se acentuó tras el fin de la segunda guerra mundial. En las décadas posteriores, el mito portaliano se convirtió en uno de los sustentos ideológicos privilegiados de los partidos de derecha, hasta convertirse en parte del discurso legitimador del golpe de Estado de 1973 y la larga dictadura militar que le siguió.