Subir

una recepción polémica y cíclica de sus libros

La obra de Violeta Quevedo fue tardíamente recibida por la crítica y por los escritores. Esto se debió a que la circulación de sus libros se limitó a un reducido círculo social, en su carácter de autoediciones que la autora vendía por su cuenta entre parientes y amigos. Solo el encuentro entre el poeta Eduardo Anguita y las páginas de La torre del campanario, luego de que la autora le vendiera personalmente un ejemplar, permitió que en 1950 apareciera, de la pluma de este poeta, la primera valoración crítica de la obra de Quevedo en la prensa. En adelante, Anguita se convirtió en el mayor impulsor de su trabajo entre diversos escritores e intelectuales. Entre ellos estuvo Leopoldo Castedo, quien en 1951 compiló los títulos de Violeta Quevedo publicados hasta entonces en un solo volumen, Las antenas del destino.

En 1965, Braulio Arenas escribió un artículo que relacionó la estética del surrealismo francés con esa primera interpretación que Anguita hizo de la obra de Violeta Quevedo como literatura mística. Desde entonces, se sucedieron periódicamente comentarios contrapuestos en torno al valor de su obra. En la senda de esa primera interpretación están las reseñas que Ignacio Valente y nuevamente Arenas le dedicaron en 1982.

Por otra parte, María Luisa Pérez Walker y Álvaro Donoso, entre otros, a partir de una observación del mismo Anguita, proponen que, por su peculiar estilo y los incorrectos juicios de valor que realiza, Violeta Quevedo es la primera escritora chilena de estética naif ('ingenua', en lengua francesa). De este modo, la autora se adscribiría a la tradición de pintores europeos como Henri Rousseau y chilenos como Luis Herrera Guevara, Fortunato San Martín o Juanita Lecaros, quien coincidentemente ilustró la antología de Violeta Quevedo que los mismos críticos Anguita y Pérez Walker publicaron en 1982.

Estas dos corrientes de interpretación de la obra de Violeta Quevedo confluyen en un artículo anónimo de 1982, el cual postula que sus opúsculos forman parte de una herencia occidental que se remonta "al Medioevo: arciprestes poetas, reyes cantores, abadesas místicas; o al Renacimiento, con sus cronistas aventureros, fundadores y apostólicos" (Valente, Ignacio. "Relatos de Violeta Quevedo", en El Mercurio, 7 de marzo, 1982, p. E3). Sin embargo, en ese mismo año se da a conocer la primera crítica literaria que señala que "en el caso de Rita Salas, su escaso registro cultural, su minúscula capacidad intelectual y su mundo íntimo absolutamente desprovisto de interés hacen de estos relatos un esperpento de la estulticia, que no de lo naif" (Anónimo. "Seis relatos de Violeta Quevedo", en Bravo, nº 57 (1ª quincena abr. 1982, p. 25).

Hoy existe acuerdo en que los libros de Violeta Quevedo son lo que Pedro Gandolfo llama "humorismo involuntario", por efecto del "contraste tan suyo entre teología y cotidianidad" (Cuál no sería mi sorpresa, p. 12), con lo cual "la tragedia del escritor naif consiste en que hace cosas divertidas sin querer ser divertido" (ibíd.). Este contraste es considerado "una fábula mágica" para autores extranjeros como César Aira (Diccionario de autores latinoamericanos, p. 187), interés que se ve refrendado con la publicación en 2007 de una nueva antología de su obra, que le otorgó mayor resonancia crítica y renovó sus lectores. Con todo, persiste la duda sobre cómo leerla, la misma duda que hizo a Pablo Neruda conservar por muchos años sobre su velador un libro de Violeta Quevedo "para burla, para regocijo; para entretenerse, para dormirse" (Cajigal. "El destino de unas antenas", El Llanquihue, 26 de noviembre, 1974, p. 3). Años antes, la misma autora escribió: "cada una hace lo que puede. Si te estorban las críticas malévolas, no te importe. Acuérdate que un nombre humilde llevas, y manos a la obra" (Quevedo, Violeta. La torre del campanario).