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Incendios de teatros

Debido a la iluminación a velas los incendios de teatros eran habituales incluso antes de la llegada del cine. Pero con los proyectores cinematográficos aumentaron considerablemente los riesgos. La composición química de la película -nitrato de celulosa- era altamente inestable y por ende muy inflamable. A veces ni siquiera era necesario el contacto con calor para que ardiera, ya que con el tiempo y la oxidación, el material nitroso podía liberar y acumular gases y arder por combustión espontánea. Una bodega de cintas de nitrato era, casi literalmente, un polvorín y por ello muchos optaban por destruir el material y no conservarlo.

Además de los factores técnicos, hacían más peligroso el espectáculo la concentración de espectadores en los pasillos, sobre todo los domingos, y la falta de preparación del personal proyeccionista. Algunos periodistas denunciaban que los empresarios empleaban personal sin ninguna preparación al mando de máquinas viejas y que carecían de tambores de seguridad para guardar los rollos. Los principales municipios urbanos dictaron ordenanzas para controlar la situación y crearon el cargo de Inspectores de Teatro para certificar las normas, la presencia de mangueras, el ancho de las puertas, etc. En 1931 por fin la autoridad central se preocupó del tema, aunque marginalmente, disponiendo al interior de la primera Ley General de Servicios Eléctricos que los proyeccionistas de cine debían ser eléctricos con formación. Pero el cese de las tragedias sólo vendría con los avances técnicos. A partir de 1940 la industria química logró reemplazar al inestable nitrato de celulosa por el incombustible acetato de celulosa, como soporte de las películas.