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Surgimiento del empresariado chileno

Desde inicios del siglo XIX la elite empresarial chilena -que se convirtió también en elite política- fue un grupo social en permanente metamorfosis, debido a las características particulares del retraso material del país, al contexto de crisis general durante los primeros años de la República y el arrastre de una fuerte herencia colonial en todos los ámbitos de la vida nacional, pero en específico de las estructuras productivas de marcado raigambre agro-ganadero y artesanal.

La Guerra de Independencia, la precaria economía de posguerra y las posteriores diferencias políticas y enfrentamientos bélicos entre las facciones cívico-militares, retrasaron el proceso de cambio desde un empresariado tradicional dependiente de un Estado colonial monárquico y restrictivo que mantuvo en el poder a un pequeño grupo de aristócratas hispano-criollos, a una burguesía comercial, financiera e industrial, propiciada y protegida por un Estado nacional libre y democrático.

Entre 1820 y 1830 se incubó al interior de la nueva oligarquía chilena dominante, compuesta principalmente por comerciante y terratenientes, una disputa ideológica y política entre los que defendieron la apertura de las fronteras económicas del país y la implementación de un libre mercado exacerbado y quienes plantearon la formación de una economía cercana al proteccionismo, lo que dio como resultado la división entre un empresariado agrario-ganadero tradicional y otro mercantil-financiero de nuevo cuño, mientras que estructuralmente la economía nacional fluctuó entre ambos ideales durante todo el siglo. Este debate económico empujó también el cambio social y cultural necesario para la implementación del sistema capitalista en Chile.

Entre 1830 y 1860 el empresariado nacional dedicó sus esfuerzos productivos en fortalecer diversas áreas de carácter tradicional, como la agricultura hortalicera, frutícola, triguera y la ganadería en la zona centro-sur, la minería y la industria fundidora de plata y cobre en el Norte Chico y en menor medida el comercio interregional y con países del continente como Perú, Argentina y Ecuador, exportaciones realizadas desde el puerto de Valparaíso.

En el caso específico de la producción de trigo, un pequeño grupo empresarial derivó en la industria molinera para procesar el producto, favorecido por el consumo de los mercados norteamericano y australiano durante la denominada "fiebre del oro". Con respecto al cobre, fue el principal mineral metálico extraído en Chile durante el siglo XIX y consumido en gran parte de los países industrializados, sobre todo por Inglaterra, lo que generó una red de conexiones empresariales entre mineros y comerciantes chilenos y los agentes comerciales e industriales británicos.

Debido a la apertura y liberalismo económico imperantes desde la década de 1860, se propició también la llegada de agentes y capitales extranjeros que invirtieron tanto en el comercio como en el área financiera, lo que permitió la aparición de bancos que, con sus créditos, ayudaron a financiar la inversión en transporte, maquinarias y otros enceres necesarios para mejorar técnicamente los procesos productivos.

Esa inserción extranjera ayudó a la creación de lazos de parentesco con familias chilenas, lo que complejizó aún más las relaciones sociales del empresariado nacional y le permitió tener un referente específico, como lo fue la cultura burguesa europea.

Estas nuevas familias con raigambre tanto en Chile como en el extranjero -Gran Bretaña, Alemania, Francia, España, Italia, etc. - incursionaron también en la política nacional, donde destacaron, por ejemplo, los Almeida, Sewell, Eastman, Edwards, Walker, Lambert, Délano, Alessandri, Rossi, Massardo o Ross.

Esta nueva elite empresarial diversificada mantuvo su estilo de vida suntuoso y señorial, en una mezcla cultural entre lo aristocrático de viejo cuño y lo burgués moderno, es decir, se conformó una "oligarquía con rasgos burgueses y mercantiles, por una parte, con un pasado latifundista y terrateniente al que no querían renunciar, por otra, y en suma con un modo de ser algo paradojal, que oscilaba entre los valores burgueses del trabajo, la sobriedad y los buenos negocios, y una tendencia o debilidad por los modos de ser aristocráticos, ostentadores y europeizantes" (Salazar, Gabriel y Pinto, Julio. Historia contemporánea de Chile II. Actores, identidad y movimiento. Santiago: LOM, 2014, p. 38).

El principal cambio sociocultural forzado por el empresariado del siglo XIX, fue la toma de conciencia de la necesidad de generar una transición hacia el progreso material del país, entendido este como el desarrollo de las fuerzas productivas a través de la fuerte inversión de capitales en áreas estratégicas, la generación de mano de obra asalariada - incluidas las mujeres -, la fijación de espacios productivos o polos de desarrollo en las diferentes zonas geográficas, la importación de innovación tecnológica y bienes de consumo, la generación de conectividad (caminos, ferrocarriles y puertos), el fortalecimiento del sistema financiero y una permanente relación con las economías externas.

Esta red nacional de empresarios vivió dos grandes contextos de crecimiento y expansión y dos procesos de crisis y recesión que fueron parte fundamental de la inserción de Chile al sistema mundo-capitalista y que empujó a esa nueva elite a buscar otros horizontes y diversificar sus espacios productivos. En primero fue el boom de exportación triguera entre 1849 y 1857, con la consecutiva crisis económica tras el cierre de los mercados consumidores; el segundo, el "Great Victorian Boom" o crecimiento económico de la Inglaterra victoriana (1860-1873), que absorbió gran parte de las materias primas y productos agrícolas y ganaderos durante su posicionamiento como potencia económica, con la consecuente sobreproducción y saturación de los mercados que generó la crisis económica de 1873-1879 (Ortega, Luis. El proceso de industrialización en Chile, 1850-1930. Santiago: Historia, Volumen 26, 1992, p. 213-246).

Esta última crisis fue sorteada en Chile por dos factores de crecimiento empresarial: por un lado, la expansión hacia el sur, que permitió la profundización del modelo agrario-exportador; y la expansión hacia el norte que, tras la Guerra del Pacífico, permitió la extracción y exportación del salitre, industria en la que participaron empresarios chilenos desde 1830, sobre todo en Antofagasta y Taltal, pero que consolidaron su posición gremial solo desde 1880 en adelante, junto con la supremacía de los capitales extranjeros.

Con la cada vez más creciente fuerza de los capitales extranjeros, los empresarios nacionales que lograron algún renombre previo terminaron "(…) desertando de una vocación más "productivista" e innovadora para refugiarse en una función crediticia, intermediadora y latifundista que se acomodaba mejor a los hábitos de la elite más tradicional, con cuyas familias terminaron asimismo vinculados por lazos corporativos, sociales, políticos y matrimoniales. (…) los hombres de empresa nacionales configuraron un estrato mercantil-financiero más que productivo, desviando sus procesos acumulativos de aquellas actividades con mayor potencialidad de transformación económica." (Salazar, Gabriel y Pinto, Julio. Historia contemporánea de Chile III. La economía: mercados, empresarios y trabajadores. Santiago: LOM, 2014, p. 72).

Así mismo, en las últimas décadas del siglo XIX prefirieron mantener una estructura productiva basada en la exportación de materias primas a cambio de un permanente flujo de mercancías producidas por las economías centrales como Inglaterra, Alemania o Estados Unidos, principalmente "los artículos de consumo refinados de origen europeo que reclamaban los enriquecidos mineros y agricultores incorporados al nuevo modelo de desarrollo" (Pinto Santa Cruz, Aníbal. Chile, un caso de desarrollo frustrado. Santiago: Editorial Universidad de Santiago, 1996, p. 245).

Además, destinaron sus riquezas a realizar viajes por Europa y otras partes del mundo, y la creación de un entorno palaciego que se desarrolló en ciudades como Iquique, Valparaíso, Santiago y Concepción, formando así urbes modernas que convivieron y contrastaron con la precariedad de los sectores populares y con los complejos industriales en las periferias de esas ciudades.