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campamentos mineros

La vida cotidiana en la pampa salitrera se desenvolvía en pequeños campamentos, una paradoja casi inverosímil frente al vasto desierto en medio del cual se levantaban. Pese a la hostilidad y abrumadora extensión de su entorno, los hombres y mujeres de la pampa fueron capaces de dominar todo el espacio de explotación del nitrato, ya fuera recorriéndolo a pie, en mulas, carretas o ferrocarriles salitreros.

Los campamentos u oficinas salitreras se agrupaban en diferentes cantones, de acuerdo a su ubicación. Hacia 1921, las 45 oficinas ubicadas entre Pisagua y Taltal se concentraban en los cantones Central, El Boquete y Aguas Blancas.

Las oficinas eran un mundo en constante construcción, levantadas por sujetos en tránsito que se desplazaban de un campamento a otro. Las oficinas se parecían entre sí, lo que atenuaba en algo la sensación de desarraigo que experimentaba el obrero.

Los límites de cada campamento eran infranqueables y el sereno era el encargado de impedir la salida de quienes pretendieran irse "con la camanchaca". También evitaba el ingreso de sujetos no deseados por la administración, como los mercanchifles, quienes ejercían el comercio clandestino, desafiando el monopolio de la pulpería. Estos representaban una amenaza para el régimen de las salitreras no solo porque quebrantaban el estricto control económico que allí imperaba, sino porque además solían oficiar como canal de comunicación entre los dirigentes obreros de los diferentes cantones.

Quienes sí encontraban las puertas abiertas en los campamentos eran las compañías de teatro, las cuales -junto con otorgar un espacio de entretención y esparcimiento- transmitían discursos políticos y estimulaban la conciencia obrera.