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Cielorraso (1971)

La casa es la figura más recurrente en Cielorraso. Pero no se trata de casas reales, sino de casas soñadas, fantasmagóricas o reflejadas en los espejos. El hablante las describe distanciado, como si se hallara muerto o a años luz de ese espacio que construye con palabras, comentarios, preguntas y recuerdos. Foxley y Cuneo apuntan: "En todas estas situaciones una presencia latente e innominada, un fantasma acosa al sujeto, y lo asedia desde una zona límite a la que bordea y roza, y a la que está a punto de ingresar como a un abismo." (Foxley, Carmen y Ana María Cuneo. Seis poetas de los sesenta. Santiago: Editorial Universitaria, 1998, p. 33).

Entre los poemas de este libro, hay uno dedicado a Germán Marín ("Una noche del príncipe") y otro, a Raúl Ruiz ("Espejo de bar"). Metonimias y aliteraciones son las figuras retóricas más utilizadas por el poeta. En el poema "Fotografía" se pone en juego la distancia entre lo que ha sido y el presente del hablante. En las dos últimas estrofas éste afirma:

Doblaremos otra vez la esquina retratada en la fotografía:

El niño que nos mira desde ella, ¿nos reconocería a primera vista?

Lo que ha pasado es la vida como una larga caminata por el barrio

Consumiendo un cigarrillo.

Abrimos los ojos de repente y ahí estuvo la pregunta a flor

de labios deshojados.

Por ahora es mejor doblar la página.

Ya habrá tiempo para responder cuando lo exijan.

(Rojas, Waldo. "Fotografía". El puente oculto. Madrid: Lar, 1981, p. 30)

La imagen fotográfica y la imagen de la memoria coinciden por momentos, aunque la figura del niño en el retrato cuestiona que sea posible el reconocimiento entre el sujeto que mira y el retrato inmóvil. La pregunta queda formulada y, sin respuesta, el hablante da vuelta la página.