Tipo: Minisitio
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La palabra escrita, huella fija y duradera, adquiere significado a través de la lectura, práctica inserta en el plano de lo efímero, de la invención y de lo plural, que implica un encuentro entre el mundo del texto y el lector, quien, condicionado por sus variantes sociales, espaciales y temporales, lo recibe y apropia.
A Chile la práctica de la lectura llegó con los españoles. En efecto, el secretario de Pedro de Valdivia, Juan Cárdenas trajo consigo el primer libro que vieron estas tierras: De Regimini Principium de Tomás de Aquino. Más tarde, entre los siglos XVI y XVIII existió una valoración negativa de la cultura ilustrada, impulsada tanto por la Corona Española como por la Iglesia Católica. Sólo una pequeña minoría, principalmente masculina, sabía leer y, a la luz de las velas, estudiaba textos escolásticos y religiosos en sus bibliotecas privadas.
Ni siquiera la llegada de la Imprenta en 1811 significó grandes cambios en la percepción social de los libros. La censura sobre obras consideradas "inmorales" era una práctica social generalizada y el hábito de la lectura continuó siendo un acto intensivo, privado y silencioso de sólo algunos letrados. Sin embargo, a partir de la década de 1840 en adelante, un grupo de intelectuales entre los que se destacaban José Victorino Lastarria, Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento, impulsaron la formación de una sociedad lectora. Una de las formas más extendidas durante este período entre las personas ilustradas fue la lectura en los salones. Los escasos textos que circulaban se leían en voz alta ante un auditorio mixto, práctica que aseguraba el máximo aprovechamiento de los ejemplares y favorecía una apropiación colectiva de sus contenidos. Mientras se consideraba que los hombres leían obras de estudio y textos clásicos, las miradas de las instituciones católicas y conservadoras estaban puestas en la "perniciosa" tendencia femenina a leer novelas románticas. No obstante, los salones, como espacios de sociabilidad y difusión del conocimiento hacia fines del XIX, constituyeron una de las primeras instancias para la educación de las mujeres de la alta sociedad.
Hacia fines del siglo XIX la lectura comenzó a ser percibida como un hábito que permitía el ascenso social. A esto se le sumó la formación de un incipiente circuito de cultura popular y tradición oral vertida a la escritura a través de la Lira Popular. Por otra parte, las editoriales nacionales comenzaron a granjearse éxitos de ventas como Juana Lucero (1902) o Casa Grande (1908), que durante sus tres primeras semanas vendió 60.000 ejemplares.
Con la llegada de la luz eléctrica el panorama para los lectores se hizo cada vez más propicio. El Estado comenzó a promover la lectura y el libro se convirtió en el gran protagonista de las transformaciones sociales que comenzaron a gestarse desde 1920 en adelante. El hábito de la lectura como actividad de esparcimiento se extendió, a lo que se sumó la inmensa diversificación de la oferta del mercado editorial. Los libros se tomaron parques, cafés, playas y campos. Asimismo, se consolidó la lectura nocturna en el dormitorio, único momento de tranquilidad que tenían miles de trabajadores.
Durante la segunda mitad del siglo XX, las protagonistas indiscutidas de la cultura impresa fueron las revistas e historietas. Ellas impulsaron el desarrollo de una lectura más rápida, superficial y fuertemente asociada a las imágenes.
En 1970 el Estado, en un intento de democratizar el acceso a los libros para todos los grupos sociales, fundó la editorial Quimantú. Sin embargo, este impulso no tuvo continuidad en el nuevo proyecto político. Además, la consolidación de una sociedad de masas profundamente influenciada por la industria televisiva, modificó el consumo de libros y los hábitos de lectura, generándose lo que muchos han denominado la "crisis de la lectura".
Con todo, nuevas formas de leer se nos presentan en la alborada del siglo XXI. La irrupción de Internet ha implicado un cambio radical en el consumo cultural y en la recepción de la palabra escrita, abierta a nuevas formas personalizadas y prácticamente infinitas de lectura para el usuario.
Historia de la lectura en Chile
Historia de la enseñanza en Chile. Santiago :[s.n.],1939. xv, 399 p. ;20 cm.
Recuerdos de mi vida. Santiago :Orbe,1942. 420, xvii p. ;19 cm.
Historia de la vida, hechos i astucias sutilísimas del rústico Bertoldo, la de Bertoldino su hijo i la de Cacaseno su nieto : Obra de gran diversión i de suma moralidad, donde hallará el sabio mucho que admirar,i el ignorante infinito que aprender. Valparaiso :Impr. i Lib. Americana ,1885. 207 p. ;17 cm.
Estadística bibliográfica de la literatura chilena : 1812-1876 : impresos chilenos, publicaciones periódicas, bibliografía chilena en el extranjero, escritores chilenos publicados en el extranjero o cuyas obras permanecen inéditas, apéndice. Santiago :Biblioteca Nacional,1965-1966. 3 v. ;28 cm.
Sara Bell, o, Una víctima de la aristocracia : novela histórica nacional. Santiago :Centro Editorial,1897. 2 t. en 1 v. :il. ;23 cm.
Pflanzengeographisches aus Llanquihue und Chiloé. Santiago,Druckerei Cervantes,1895. p. [507]-522 ;24 cm.
La Tucapelina decadas heroicas sobre la instauración de su misión y estreno de su iglesia. 1783. [50] p., encuadernadas :plano ;22 cm.
Literatura chilena del siglo XIX : entre públicos lectores y figuras autoriales. Santiago de Chile :Edit. Cuarto Propio,2003. 293 p. ;21 cm.
Lea el mundo cada semana : prácticas de lectura en Chile, 1930-1945. Valparaíso, Chile :Eds. Universitarias de Valparaíso,2003. 358 p., [8] p. de láms. :il. (algunas col.) ;20 cm.
Historia del libro en Chile : (alma y cuerpo). Santiago de Chile :Lom,2000. 223 p. ;21 cm.
La belle époque chilena : alta sociedad y mujeres de elite en el cambio de siglo. Santiago de Chile :Editorial Sudamericana,2001. 322 p. ;25 cm.
Juan de Cárdenas, secretario de Pedro de Valdivia, trae consigo el primer libro que llega a Chile: De Regimini Principium de Tomás de Aquino.
1776Publicación del primer impreso del que se tiene conocimiento en Chile: "Modo de ganar el Jubileo Santo".
1811Llegada de la imprenta a Chile.
1820El salón literario comienza a asentarse como una nueva forma de sociabilidad cultural en Chile. El más importante de la época es presidido por Mercedes Marín del Solar. Entre sus invitados más frecuentes se cuentan Isidora Zegers, Mauricio Rugendas y Andrés Bello.
1842Domingo Faustino Sarmiento inaugura y dirige en Santiago la Escuela Normal de Maestros, primera en Sudamérica.
1870Lucía Bulnes de Vergara preside su famoso salón.
1891Desarrollo y auge de la Lira Popular en Chile.
1900Nuevos y elegantes cafés literarios aparecen en la capital. Los más exitosos son el Café del Gath y Chaves y el del Hotel Crillón.
1919Nace la editorial Zig-Zag.
1930La industria editorial alcanza una gran expansión y la lectura es considerada un medio de ascenso social.
1952Según el Censo Nacional, el 63,3% de la población chilena sabe leer.
1955En una época en la que las revistas e historietas eran los impresos más vendidos por las editoriales, un libro marca la excepción. Adiós al séptimo de línea, de Jorge Hinostroza, vende 225.000 ejemplares en su primer año.
1970Creación de editorial Quimantú.
1992La llegada de Internet a Chile modifica las formas de acceder y aprehender la información, así como también los hábitos de lectura.
1998La crisis económica nacional golpea fuertemente a la industria editorial. Se comienza a hablar del "fin del libro impreso".
2000Se crea Memoria Chilena, portal de contenidos culturales en formato digital, que ofrece investigaciones y documentos relativos a los temas clave que conforman la identidad de Chile.