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Manuales escolares: niñas y niños ciudadanos

Cruzados por ideales de civilidad y urbanidad, los manuales escolares reunidos en esta selección echan luces sobre la concepción de la educación durante la segunda mitad del siglo XIX, pero, también, de una sociedad que se mira a sí misma para pensar su futuro.

Portada de Compendio de reglas de urbanidad para el uso de los colejios de la capital, 1852

Portada de Compendio de reglas de urbanidad para el uso de los colejios de la capital, 1852

Portada de Método de lectura gradual, 1857

Portada de Método de lectura gradual, 1857

Portada de Manual de moral, virtud i urbanidad : dispuesto para jóvenes de ambos sexos, 1853

Portada de Manual de moral, virtud i urbanidad : dispuesto para jóvenes de ambos sexos, 1853

Portada de El lector americano : nuevo curso gradual de lecturas, 1881

Portada de El lector americano : nuevo curso gradual de lecturas, 1881

Portada de La conciencia de un niño, 1844

Portada de La conciencia de un niño, 1844

Portada de El Libro de oro de las escuelas, 1862

Portada de El Libro de oro de las escuelas, 1862

El desarrollo de un sistema educacional primario que cubriera a la totalidad de la población fue una de las principales tareas asumidas por las élites encargadas de sentar las bases para la construcción del Estado republicano chileno. Los manuales escolares, creados con el fin de normalizar los contenidos que entregaría la escuela, fueron una herramienta prescriptiva que permitió materializar este incipiente proyecto educativo en su escenario último: la sala de clases.

Los manuales escolares aquí reunidos, que fueron publicados entre 1844 y 1900, invitan a los lectores a visitar la escuela de la segunda mitad del siglo XIX, conocer los varios aspectos que abarcó su programa educativo y descubrir, a partir de su lectura, distintas concepciones del ideal ciudadano que se intentaba construir desde las aulas.

En documentos como Manual de composición literaria (1871) de Diego Barros Arana, Curso gradual de lectura (1868) o El lector americano (1881), ambos de José Abelardo Nuñez, descubrimos en la escuela ese espacio normativo, pero también de sociabilidad, donde niñas y niños se forman, primero, como personas sensibles y, luego, como futuros ciudadanos.

A través de ilustraciones que Nuñez concibe como "auxiliares" del aprendizaje de la lectura, El lector americano sustenta en esta relación entre palabra e imagen un vínculo profundo que, a través de la vista, conecta a los niños con su entorno: "aprovechándose de las ventajas que los dibujos les ofrecen, no solo como un importante ausiliar [sic] para vencer las primeras dificultades que el niño encuentra en la lectura, sino como un medio de ir habituándole a la observación i a ejercitar convenientemente su vista" (El lector americano. Santiago: Librerías de El Mercurio, 1881, p. V).

En la escuela se aprende a leer y a escribir la sociedad en la que se vive. La urbanidad y las "buenas maneras", en este sentido, como modos de experiencia social, orientan el comportamiento ante Dios, la familia y la sociedad. Manuales como Compendio de moral i urbanidad (1890), de José Bernardo Suárez, Compendio de reglas de urbanidad para el uso de los colejios de la capital (1852) o el Manual de moral, virtud i urbanidad: dispuesto para jóvenes de ambos sexos (1853), del presbítero Lorenzo Robles, nos permiten ver la manera en que la educación era concebida más ampliamente como formación moral que se cristalizaba en determinados hábitos ciudadanos.

Apuntando a objetivos más o menos próximos, el ideario republicano de textos como La Conciencia de un niño (1844), traducido del francés por Domingo Faustino Sarmiento, o El Libro de oro de las escuelas (1862), de José Victorino Lastarria, interpretan esta orientación afincada en la concepción de una idealidad espiritual desde el terreno de la "libertad" y la "igualdad". Como responsabilidad del "hombre" consigo mismo y los demás "hombres", la "educación social", para Lastarria, "debe habilitar al individuo como miembro de una sociedad, no puede tener otro objeto, otro propósito que la perfección moral de ese individuo" (El Libro de oro de las escuelas. Santiago: Imprenta Nacional, 1862, p.10).