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Tertulias de Pedro Balmaceda Toro

Rubén Darío conoció a Pedro Balmaceda Toro, hijo mayor del Presidente José Manuel Balmaceda, en el diario La Época y de inmediato estableció una estrecha amistad con él. Darío lo admiró profundamente y confió plenamente en su criterio literario: "No ha tenido Chile poeta más poeta que él. A nadie se le podría aplicar mejor el adjetivo de Hamlet 'Dulce príncipe'. Tenía una cabeza apolínea, sobre un cuerpo deforme. Su palabra era insinuante, conquistadora, áurea. Se veía también en él la nobleza que le venía por el linaje. Se veía que su juventud estaba llena de experiencia. Para sus pocos años tenía una sapiente erudición" (Autobiografía. Madrid: Mundo Latino, 1918. p. 56).

Pedro Balmaceda sin duda influyó en el trabajo de Darío, pues fue él quien le prodigó las lecturas, lo aconsejó en la redacción de sus escritos y apoyó sus primeras publicaciones. Fueron grandes amigos y tenían proyectos en común: escribir juntos un libro e ir a París.

Las tertulias organizadas por Pedro Balmaceda en su departamento ubicado en la calle Moneda, "puede ser estimada como la más importante, de carácter juvenil, que haya tenido Santiago en todo el decurso de su historia literaria" (Eugenio Orrego Vicuña. Antología Chilena. Santiago: s.n., 1942. p. 12). A éstas asistían sus amigos más cercanos, los que llegaban a diversas horas, aunque siempre la hora oficial de reunión era después de la comida. Eran asiduos: Rubén Darío, Luis Orrego Luco, Manuel Rodríguez Mendoza, Alberto Blest Bascuñán, Narciso Tondreau, Daniel Riquelme, Alfredo Irarrázabal, Jorge Huneeus, Alfredo Valenzuela Puelma y Ernesto Molina.

Estas tertulias fueron importantes para el acervo intelectual de Darío, pues allí se discutían los temas literarios vigentes y se recibían las últimas novedades de París, antes de que llegaran a cualquier librería. Explica Eugenio Orrego Vicuña: "¿De qué se hablaba en la tertulia? De todo y de todos. Arte, política, literatura, vida social. Era un caleidoscópico desfile de hombres y sucesos, en que jamás faltaba la nota de humor. Pedro Balmaceda daba lectura, traduciéndola en castellano, a la obra francesa, recién llegada; Alberto Blest situaba al autor en el medio y en la hora, relacionándolo con las escuelas dominantes; Darío y Orrego daban suelta a su fantasía crítica" (Antología Chilena. Santiago: s.n., 1942. p. 18).

En sus crónicas Luis Orrego Luco describió con melancolía dichas reuniones: "Alberto Blest se sentaba en el piano para tocar trozos de Gounod, Massenet, Chopin, Schumann; Carlos Luis Hubner acompañaba luego a Blest en charlas de mucho ingenio. Vicente Grez contaba historietas humorísticas, Manuel Rodríguez Mendoza disertaba sobre arte con palabra colorida y brillante expresando la necesidad de dar paso al pensamiento moderno, con más soltura, naturalidad y armonía en la frase y más precisión en los contornos de la idea. Mientras unos tocaban música de Schumann otros recitaban versos de Verlaine, de Armando Silvestre, enteramente nuevos para Darío, el cual echado atrás en un sillón oriental, silencioso y abstraído, contemplaba las columnas de humo azuladas de los pebeteros de plata en los cuales Pedro Balmaceda quemaba perfumes. En aquella sala de refinado lujo leyó Pedro sus primeros cuentos que tanto influyeron en los futuros de Darío" (Melfi, Domingo. El viaje literario. Santiago: Nascimento, 1945. p. 102).