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Tala (1938)

En 1938, Gabriela Mistral publicó Tala en Buenos Aires por medio de la Editorial Sur, que era dirigida por la escritora argentina Victoria Ocampo (1890-1979). Tala se organizó en trece secciones: "Muerte de mi madre", "Alucinación", "Historias de una loca", "Materias", "América", "Saudade", "La ola muerta", "Criaturas", Canciones de cuna", "La cuenta-mundo", "Albricias", "Dos cuentos" y "Recados". Además, incluyó un apartado llamado "Notas", escrito por la autora, en el que hizo precisiones sobre algunos de los poemas del libro, dio cuenta de "algunas 'infracciones' a la retórica" y explicó "su acercamiento a géneros literarios que utilizó de otra manera y otros que inventó para el mundo literario" (Sepúlveda, Magda. "Prólogo: 'Yo soy india'". Obra reunida. Tomo I. Poesía. Santiago de Chile: Ediciones Biblioteca Nacional, 2019, p. 317).

En estas "Notas" integró el texto "Razón de este libro", en el que indicó que la publicación del volumen -y las ganancias obtenidas de su venta- se realizaba en ayuda de los niños afectados por la Guerra Civil Española (Mistral, Gabriela. Tala. Buenos Aires: Sur, 1938, p. 271-272). En relación con este motivo, Tala se hermana con otros libros publicados en la época, como España en el corazón (1938) de Pablo Neruda (1904-1973) o España, aparta de mí este cáliz (1939) del escritor peruano César Vallejo (1892-1938); sin embargo, a diferencia de estas obras, Tala no fue un libro dedicado a los efectos de la Guerra Civil, sino que fue pensado como una recopilación "más que un proyecto de libro estructurado".

En relación con esta característica del libro, para Adriana Valdés (1943-), en el momento de su publicación, Tala desplegaba "varias otras voces poéticas nuevas en su obra -un desfile de voces que se constituyen y autodestruyen- lo que contradice las expectativas que entonces se sentían. Y no solo estas expectativas, hoy leídas por nosotros en el contexto de los prejuicios a veces cómicos del pasado. También la percepción generalizada, hasta hoy, de Gabriela Mistral como un ícono divinizado hasta el ridículo" (Valdés, Adriana. "Tala: digo, es un decir". Gabriela Mistral en verso y prosa. Antología. Lima: Alfaguara, 2010, p. 662).

Respecto de su recepción, en textos cercanos a la aparición de Tala, la obra fue comparada con Desolación, primer libro de la autora. Alone (1891-1984), en su "Crónica literaria" de La Nación, mencionó que si bien Tala abría con una serie de poemas que recordaban a Desolación -en referencia a la sección "Muerte de mi madre"-, tanto en este apartado "como en el resto del volumen falta el otro polo, el que en aquél se prestaba a la angustia su vehemencia pasional y su colorido sangriento", aunque sí se mantenía la "atmósfera emotiva" del primer poemario. En Tala el "sentimiento de dolor se une más estrechamente, de una manera más natural y más íntima, al sentimiento religioso y místico que hace brillar en el fondo, a lo lejos, una pequeña claridad de esperanza", aunque también había caídas de la fe, como en el poema "Nocturno de la derrota", en el que -según el crítico- se deja "testimonio de esos vencimientos desalentados y confesiones de la que no 'creyó para nunca descreer'". También, mencionó que otro "tema fundamental" -que reaparece en este libro "largamente enriquecido y más vasto"- era el de la naturaleza, "en especial de la naturaleza abrupta, montañosa, salvaje o semisalvaje" (Alone. "Crónica Literaria". La Nación, 29 mayo 1938, p. 2).

En relación con este último aspecto relativo a la naturaleza, Alone realizó un paralelo entre Tala y la poesía de Pablo Neruda -sin especificar algún título particular, aunque en 1933 el autor había publicado Residencia en la tierra-. En los aspectos que coincidían, Alone indicó que, si bien más caótico "también puede advertirse en Pablo Neruda un deseo de superación de la materia y un ansia confusa de hacer cósmica la inspiración individual y el grito apasionado o doloroso que le brota del pecho; y también para lograrlo, le vemos acudir a la antirretórica, huyendo del pensamiento demasiado claro, de la composición habitual, de las alianzas de ideas, palabras e imágenes convenidas, rebelándose contra el orden y en busca de una música, una plástica nuevas".

No obstante la mención de estos aspectos, para Alone, ambos poetas se distanciaban pues Neruda "pertenece enteramente al mar, a la superficie infinitamente móvil, al continuo espejeo, a la espuma, a la ola, a lo que se hace y se deshace, a lo que deviene, se insinúa y jamás concluye", mientras que Gabriela Mistral "está toda cortada en facetas terminantes y construida de ángulos pétreos; sus estrofas marchan y suben a golpes duros, y hasta las más vagas de idea, se recortan en figuras nítidas; nada en ellas existe de matices, penumbras ni mirajes dudosos y sus colores con los rojos heroicos, las blancuras deslumbrantes o las tinieblas espesas de alquitrán" (Alone, p. 2).

Carlos René Correa, en otro texto cercano a la publicación de Tala, indicó que Tala y Desolación se completaban formando "un solo torrente que ruge, canta y se da en espumas al viento", pues si el primer volumen representaba y simbolizaba "el dolor, el amor desgarrado; si recoge en verdad, los sentimientos maternales de su corazón que canta a los niños, a las criaturas de Dios, Tala nos ofrece lo medular que todavía no había exprimido perfectamente, lo ascético de su espíritu contemplativo y a la vez reflexivo" (Correa, Carlos René. "Gabriela Mistral y su libro 'Tala'". El Diario Ilustrado. Santiago, 19 mayo de 1940).

En 1987, en Gabriela Mistral, estudio dedicado a la obra de la autora, Jaime Concha situó a Tala entre libros de vanguardias como Altazor de Vicente Huidobro (1893-1948) y Residencia en la tierra de Neruda, reconociéndola como "una de las más altas manifestaciones de la poesía chilena". Concha mencionó que Tala pertenece a "una vanguardia endógena, casi indígena, habría que decir autóctona", y la comparó con la obra de César Vallejo. De este modo, mencionó que Tala era un libro "hondamente arraigado en el terruño, en la provincia, en la región" y que "así como la sierra del norte peruano impregna el habla más profunda de Vallejo, así también hay una cualidad nortina, del Norte Chico chileno, que traspasa y se instala en los pliegues de Tala" (Concha, Jaime. Gabriela Mistral. Madrid: Ediciones Júcar, 1987, p. 98-100).

En su libro, Concha indicó que Tala, hasta ese momento y con muy pocas excepciones críticas, era una "obra escasamente leída y casi desconocida dentro y fuera de Chile (p. 98). De manera similar a lo que ocurrió con otros textos de Mistral, en fecha cercana al centenario de su natalicio aparecieron comentarios sobre el libro. Una de estas lecturas fue la realizada por Adriana Valdés en la que indicó que la aprobación de la crítica "se había concentrado en lo primero que Gabriela Mistral daba por propio de Tala: 'la raíz de lo indoamericano'", la que se manifestaría en la obra como una identidad colectiva, un "nosotros". Esta identidad aparecía, especialmente en los poemas reunidos bajo el título "Los dos himnos" y en general en la sección "América". No obstante, Valdés en su lectura mencionó que Tala era un libro en el que existían varias identidades que se entrecruzarían, las que postulaba como "máscaras" o "personas" que "tomaban la palabra alternativamente". Así, además de la máscara del "nosotros" aparecía la identidad de "la vieja sacerdotisa", "la loca", "la sibila" y "el fantasma" (Valdés, Adriana. "Lectura de Tala". Academia Chilena. Número 71, 1996, p. 309-319).

Desde otro punto de vista, Julio Piñones rastreó en Tala elementos superrealistas. Piñones indicó que la noción de "superrealidad" -siguiendo las ideas de Pedro Lastra, Carlos Santander y Manuel Jofré- se trataría de la "ampliación de los niveles de realidad desarrollada por los autores nacidos con posterioridad a 1890"; de "la construcción de un plano superreal altamente valorado, el cual se aísla y se opone a su contexto". En el caso de Tala, esta superrealidad se manifestaría en la existencia de un estrato rechazado por sus rasgos negativos -realismo terrestre- y, por lo cual se hace necesario constituir "otro nivel en el cual se concentran valores superiores cuya idealidad se opone al realismo terrestre". De este modo "en algunos momentos del texto, la búsqueda de la superrealidad se encarna en lo divino; en otros, en lo poético. Así, diversas entidades son valoradas como superreales, tales como ángeles, la Poesía o la flor del aire, Divinas o Gloriosas Personas, el pan, la sal, el agua, el aire, el sol, la cordillera o el maíz. Estos seres concentran características que por su trascendencia, significación o calidades diversas son adscritos al estrato superreal, donde gozan de una dignidad ontológica de la cual carecen los seres pertenecientes al plano de la realidad rechazada" (Piñones, Julio. "El superrealismo de Tala, de Gabriela Mistral". Logos. Número 2, 1990, p. 116-131).