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Cónsul para la inmigración española

En 1939, Neruda viajó hasta París para desempeñarse como cónsul para la inmigración española. El recién electo presidente, Pedro Aguirre Cerda, aceptó que Neruda presidiera la misión en favor de los refugiados españoles detenidos en los campos de concentración del sur de Francia: "Sí, tráigame millares de españoles. Tenemos trabajo para todos. Tráigame pescadores, tráigame vascos, castellanos, extremeños" ("Tráigame millares de españoles", Las Últimas Noticias, 13 de agosto, 1995, p. 5).

En compañía de Rafael Alberti, Neruda contrató un viejo barco de carga francés que habitualmente cubría el trayecto de Marsella a las costas de África, con una tripulación no superior a los diecisiete marinos. El barco se llamaba Winnipeg.

De los lugares más recónditos, llegaban cartas solicitando ser incluidos. La mayoría fueron aceptadas, tal como lo describe Neruda en sus memorias: "Mis colaboradores, secretarios, cónsules, amigos, a lo largo de las mesas, eran una especie de tribunal del purgatorio. Y yo, por primera vez y última vez, debo haber parecido Júpiter a los emigrados. Yo decretaba el último SI o el último NO. Pero yo soy más SI que NO, de modo que siempre dije SI" (Confieso que he vivido. Barcelona: Editorial Argos Vergara S.A., 1980).

La mañana del 4 de agosto de 1939, zarpó el Winnipeg con más de 2.200 refugiados a bordo. El barco estuvo más de un mes navegando hasta llegar a las costas chilenas el 3 de septiembre de ese mismo año. En el trayecto algunos murieron y también hubo nacimientos. Una de las guaguas fue bautizada como Agnes América Winnipeg.

Una vez en Valparaíso, seiscientos tripulantes permanecieron en el puerto. Los demás partieron en un tren especial a Santiago.