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Obra de Pedro Balmaceda Toro

A los 16 años de edad, Pedro Balmaceda comenzó a publicar en diarios y revistas, cuentos de corte modernista y críticas de arte, teatro, política y de literatura. Fue colaborador permanente en los diarios Los Debates, La Semana y La Época, los que acogieron a los más importantes intelectuales del período.

Poseedor de una gran cultura, fue quien introdujo en Chile las obras de los autores europeos, especialmente franceses, entre otros Emile Zola, Gustave Flaubert, Honoré de Balzac, Alphonse Daudet, Saint Victor y Goncourt. Esto se debió a que tuvo el privilegio de suscribirse a revistas y diarios de Europa, lo que marcó sin duda sus preferencias literarias.

Pedro Balmaceda fue un hombre de una gran curiosidad intelectual. No sólo fue un disciplinado investigador de las letras sino que también se interesó en el estudio de los idiomas, llegando a manejar el francés, griego e inglés. Asimismo, cultivó las artes y la música: "Ernesto Molina le enseñó a dibujar al lápiz y a la pluma y le dio algunas lecciones para la combinación de los colores que se emplean en la pintura al óleo. En las vacaciones de 1888 pintó marinas y paisajes, que si bien eran defectuosos como estudio de la perspectiva, revelaban sus magníficas cualidades de colorista. Nicanor Plaza lo inició en la escultura: modeló en greda la cabeza del Diógenes de Puget y un pequeño bajorrelieve que representaba la "Libertad" de Ceribelli. Dibujaba, pintaba y esculpía como un aficionado de talento y esperanza. La música no le era extraña: ejecutaba en el piano, con refinado gusto, trozos de Carmen, Mignon, Gioconda, Hebrea, Aída y otras partituras. Cantaba con voz afinada, pero de poco volumen" (Fidel Araneda Bravo. "Centenario de Pedro Balmaceda Toro", Atenea, (420): 49-87, abr.- junio, 1968).

Los que lo conocieron supieron admirar su erudición, entre sus seguidores estuvo el poeta Rubén Darío, quien siempre elogió su obra: "Su estilo es hijo de la lectura de autores franceses; pero sus creaciones; y sobre todo su espontaneidad y su feminidad, son nacidos en el fondo de su cerebro al propio tiempo que en el fondo de su corazón" (A de Gilbert. San Salvador: Imprenta Nacional, 1889. p. 180). Por otra parte, el escritor Emilio Rodríguez Mendoza escribió en su honor la novela Última esperanza, cuyo protagonista Paulo no es otro que Pedro Balmaceda: "Había mucho dolor en esa hermosa cabeza de artista, de facciones pulidas, limadas; la tez amarillenta como las hojas que palidecen en un otoño prematuro; y de grandes ojos, hundidos, en que congelabánse un dejo de esa amargura intensa, resignada, que macera la carne con los cinceles del sufrimiento, de una angustia dolorosa para la cual no existen ni las lágrimas, que son el rocío de la amargura"' (Última esperanza. Santiago: Imprenta Ercilla, 1899, p. 8).

Pese a la enorme influencia que tuvo en sus coetáneos, Pedro Balmaceda ha pasado desapercibido para la crítica literaria chilena. Sólo algunos estudiosos le han sabido dar el puesto que merece, entre éstos Eliodoro Astorquiza (1884-1934), Eduardo Solar Correa (1891-1935), Domingo Melfi (1890-1946), Raúl Silva Castro (1903), el profesor Antonio Doddis (1906) y Fidel Araneda Bravo.